Wednesday, April 13, 2011

El Club de los Pipirinos (Parte III)

Logramos llegar a Montezuma después de un viaje lleno de anécdotas, pero esta aventura apenas empieza.
Luego de la entrada triunfal en el pueblo comenzamos a buscar al equipo terrestre, o sea a los que venían en "Carlitos", el pick-up-mastodonte-renta-de-gasolina que venía con los que no viajaron en bici. Después de un rato no encontramos a "Carlitos" así que decidimos empezar a caminar hacia playa Manchas con el fin de buscar un "chante" donde pasar la noche ya que a menos que encontráramos a la gente del carro no nos íbamos a ir a Cabuya todavía. Tengo que mencionar que en esa época había muy poca gente que tenía celular además la zona de cobertura era solamente en el área metropolitana, así que ninguno de nosotros estudiantes pobres contaba con uno.
Pasamos al restaurante La Cascada que queda al lado del río que conduce a las famosas cataratas de Montezuma, ahí trabajaba un conocido del Juancho que podía ayudarnos a guardar las bicis durante la noche. Acá Sergio estaba empezando a sentirse algo molesto porque no le gustaba la idea de separarse de su amada bicicleta que recién había comprado ese año, estuvimos un rato en el lugar descansando y luego nos fuimos a playa manchas, cuando Juan le dijo a Sergio que íbamos a dormir ahí lo miró con incredulidad, pero si era cierto, íbamos a pasar la noche a cielo abierto.
Playa Manchas es un lugar hermoso, está llena de arrecifes de arenisca y arena blanca, las olas rompen en espumas blancas a la orilla de arboledas de almendros, la carretera de lastre bordea la playa que es de poca extensión y al otro lado de la calle en partes del recorrido contrastan las colinas de bosques primarios.
Aún con ese bucólico ambiente a Sergio todavía no le convencía la idea de la pernoctada en la playa y se mostraba algo molesto, Juan por supuesto estaba irresponsablemente tranquilo a pesar que no sabía donde estaba su carro que venía con sus pertenencias, su novia y su hermana. Master y yo en realidad estábamos disfrutando todavía de la llegada a entrar en "modo playa" como decía Master, además veníamos preparados con hamacas militares que traíamos en nuestros maletines junto con otras cosas prácticas para pasar cómodamente la noche.
Encontramos un punto donde no había gente en la playa bajo unos almendros, Master y yo encontramos un par de árboles para colgar las hamacas y pronto estábamos cómodamente instalados, Sergio ahí a oscuras sin tienda ni sleeping bag ni nada refunfuñaba de cómo íbamos a pasar ahí la noche? pero pronto el sonido del mar y el descubrimiento que debajo de la capa de hojas húmedas y sucias de almendro se ocultaba una cama de suave, seca , cálida y limpia arena blanca lo hizo cambiar rápidamente de ánimo, así que en poco tiempo estábamos disfrutando de una noche de luna casi llena en la que el cielo parecía que no le cabía una estrella más, ahí sin las luces artificiales de la ciudad que nos cegaran el firmamento nos permitía ver el cielo enorme y abierto repleto de estrellas mientras al fondo las olas daban un concierto de estruendosa tranquilidad al romper contra las piedras del arrecife para luego callar y permitir escuchar la espuma blanca del mar disolverse entre las piedras y la arena.
Conversamos un rato pero el cansancio del viaje y el tranquilo ambiente que nos rodeaba nos hizo caer de sueño, aunque no necesitábamos soñar, ya estábamos allí.
A la mañana siguiente el sol nos sacó del descanso y logramos ver por primera vez de día el azul del mar , para ese momento a Sergio se le había olvidado ya que estaba molesto por tener que pasar la noche en la playa y más bien estaba haciendo su propio campamento improvisado, ya había limpiado de hojas una buena parte de su terreno y hasta tenía un tronco para improvisar un asiento, creo que si no hubiese aparecido el carro se queda ahí toda la semana feliz de la vida.
Justo cuando íbamos a recoger las bicis apareció por el camino "Carlitos" con toda su comitiva, lo logramos reconocer por la enorme tabla de windsurf que Giovanna (en aquel momento novia de Juancho) había traído "de paseo". Ya estaba todo el grupo reunido.
Fuimos a recoger las bicis al restaurant y emprendimos el recorrido de 7 kilómetros que hay entre Montezuma y Cabuya. es un recorrido pintorezco sobre una calle de lastre que la mayor parte del tiempo corre bordeando la costa, hay algunas pequeñas pero empinadas subidas de camino en aquellos puntos donde la playa se mezcla con la montaña, algo muy típico del paisaje montezumeño.
Saliendo de la cascada hay varias de estas colinas y a un lado de la calle hay una ceiba que se yergue majestuosa y que nadie nunca nota misteriosamente por el solo hecho que hay que mirar hacia arriba para notar su altura y el tronco de rectitud casi perfecta que se levanta unos 30 metros por encima de nuestras cabezas.
Luego de pasar playa manchas se encuentran gran variedad de tipos de bosques, seco , manglar, palmeras y palmas, e incluso una artificial plantación de teca antes de llegar al río Lajas.
En la época de nuestro primer viaje había que vadear el río porque no existía el puente, tenía su ciencia hacerlo en bicicleta de manera que uno no tuviese que bajar o poner los pies en el suelo, no era fácil "leer" la profundidad del agua, si se hacía bien uno se desplazaba por una profundidad de unos 15cm de agua, pero cualquier descuido lo hacía a uno chocar contra una piedra o caer en un lado profundo, el cruzar el río en bici era una de las cosas divertidas.
Luego de pasar el río se encuentra una de las maravillas de Cabuya, una parásita (un árbol enorme compuesto de pequeños troncos en una conglomeración que lo hace ver como un solo árbol gigantesco) el diámetro es como de 5 metros o más con una altura de aproximadamente 20 metros, la copa es tan grande que le da sombra a si misma y a la calle y a la capilla que está cruzando la calle.
La calle sigue en línea recta hacia el pueblo de Cabuya, poco menos de un kilómetro antes del pueblo está la casa de Juancho que en esa época era sólamente el terreno , la casa ni siquiera los cimientos. El terreno estaba contiguo a la casa de Bean o Vin , no sé como lo escriben, es un pescador de la zona que vive con su familia todos personas muy agradables , su mujer conocida en el pueblo como "La Macha", yo la verdad ni siquiera se cómo se llama, una persona amable y servicial, muy trabajadores ambos.
Cuando entramos al terreno nos dimos cuenta porqué era mala idea tratar de venir de noche, estaba casi cubierto por completo de pochotes!
Para los que no los conocen el pochote es un árbol típico de la zona de Nicoya y Guanacaste cuyo tronco y ramas están cubiertos de afiladas espinas, así que como pueden imaginar había que caminar con cuidado, de hecho Mafalda la hermana de Juancho "encontró" una espina con su pié, la espina atravesó la suela de su sandalia y le dejó un fragmento en el pie. De inmediato hizo su aparición Federico con su bisturí.
Federico era compañero de Juancho en la carrera de diseño del Tec y por ser hijo de médico portaba todo un arsenal de artefactos quirúrgicos básicos y un botiquín que se lo envidiaría un EBAIS, así que le hizo la cirugía y desinfección al pie de Mafi.
Más tarde hablaremos de las tendencias sanitarias de Federico, jejeje.
Afortunadamente los pochotes estaban en su mayoría en la entrada del terreno cerca de la calle, más hacia adentro lo que había eran palmeras y más cerca de la playa un manto de almendros de fabulosa sombra, ahí cerca del mar hicimos campamento.
Nos ubicamos alrededor de un claro cubierto de suave arena blanca que denominamos "la sala" los que andaban tiendas armaron sus respectivas, Master y yo seguíamos con la tendencia a acampar con hamaca y toldo algo que cambió con el tiempo al poder conseguir tiendas de materiales más livianos y compactos para poder cargar en una bicicleta.
Todos esos aparejos resultaron innecesarios ya que a partir de la primera noche decidimos dormir todos en "la sala", cubiertos por las copas de los almendros que en los claros dejaban entrar una constelación completa de estrellas cada noche. Debo decir que durante los días que estuvimos ahí tuvimos un clima perfecto.
Así que dormir fuera no representaba ningún problema, yo solo usaba la hamaca para echar una siesta o descansar mirando al mar.
En el campamento había varias cosas que se hicieron claras, por ejemplo Giovanna se adueñó de la cocina y nadie hizo ningún esfuerzo por quitarle el lugar, ella es una chef consumada y debo decir que nunca en mi vida he comido tanto y tan bien en un campamento en la playa, luego como todavía no había casa entonces no teníamos tubería ni agua, así que lo que hacíamos era usar todas las ánforas de nuestras bicis para acarrear agua (no crean cada uno de nosotros cargaba suficientes ánforas como para llenar un galón, excepto por supuesto el irresponsable de Juan que solo cargaba una de 250ml), allí fue cuando notamos que una vez que teníamos las ánforas llenas de agua "pluck!" sonaba la pastillita de cloro que acababa de echar Federico en cualquier recipiente que tuviese el preciado líquido con el fin que fuera saludable beberlo... y es que para traer el agua teníamos que ir hasta la casa vecina donde La Macha que amablemente nos permitía tomar agua potable.
Otra de las realidades era a la hora de ir al baño, lo cual es todo un eufemismo para el "viaje a la letrina de hueco".
Aún con las incomodidades el lugar era tan genial que ni nos importaba, además la mayoría de nosotros estaba habituado a acampar.
A partir de aquí empezamos a explorar , no recuerdo el orden que visitamos cada lugar pero si recuerdo todos los lugares a los que fuimos.
El guía por supuesto era Juan que se comportaba como todo un baquiano, pero haciendo honor a su mote de "el irresponsable de Juan" siempre nos hizo caminar cuando el sol estaba en lo más alto a mediodía... para empezar.
Creo que entre los primeros lugares que visitamos estuvo la Isla de Cabuya, es un paraje muy singular, está aproximadamente a unos 800 metros de la playa y cuando hay marea baja se puede pasar caminando por un puente natural de piedra, playa cabuya está cubierta en su mayoría de pizarra volcánica, después de la línea de la marea alta si hay una franja de arena blanca compuesta de conchas pulverizadas por el mar y algo de arena de piedra, pero al ser en su mayoría calcárea por las conchas es más suave al tacto y no es pegajosa , como la arena de Jacó o Puntarenas por ejemplo, hasta la arena es agradable en este lugar. La piedra que cubre la bajamar es muy interesante porque se nota que se formó de un brote de lava en algún momento de la historia geológica del lugar ahora inactivo.
Cruzamos el puente natural para entrar en la isla, en la orilla se podían ver gran cantidad de conchas de cambute, con solo poner un pie en la isla ya se siente un ambiente como de película de piratas y es que el detalle más interesante es que la isla es el cementerio del pueblo de Cabuya.
Hay un arco de concreto que marca la entrada y pronto uno empieza a encontrar de camino las cruces y lápidas del camposanto, algunas simples cruces de madera roída por los años y la sal, otras lápidas o cruces de cemento sin acabado y unas pocas fosas un poco más elaboradas, pero no tanto como suelen encontrarse en los cementerios de ciudad, la mayoría son bastante simples y se pueden ver algunas flores en unas pocas tumbas, algunas de ellas artificiales para resistir el calor y la falta de agua.
Rodeando la isla (que no tiene más de 500 metros de lado a lado) fuimos encontrando más restos de cambute probablemente de pescadores furtivos que aprovechaban la isla para quitar la concha de la presa antes de llevarla a vender (actualmente no se encuentra tanto de esto, tal vez hay más control), también había un naufragio de un bote de madera mediano lo que acentuaba el aire piratezco del paisaje.
Casi al otro lado de la isla hay un arrecife de piedra que era nuestro objetivo porque según Juan había toda una fauna de peces de colores que podíamos ver buceando en el arrecife y es cierto, solo que en esta ocasión por la hora y el hecho que la marea estaba subiendo el buceo no resultaba muy colorido sino un montón de agua turbia jeje, como siempre Juan nos había llevado a la hora menos indicada. Cuando nos percatamos que el mar estaba llenando ya estábamos bastante adentrados en el arrecife y fue cuando caímos en cuenta que con nosotros había gente que no eran nadadores así que se les iba a hacer difícil volver a tierra firme por la corriente, lo primero era ver si nosotros podíamos salir, Sergio y yo lo comprobamos con éxito mientras Juan y Master buscaban una manera sencilla de sacar a los demás.
Resultó que la manera más fácil era subir a las piedras y salir brincando entre ellas. Todo salió bien excepto para mi que me hice una cortada transversal en la planta del pie de lado a lado, la piedra tenía tanto filo que no lo noté sino hasta que había llegado a la orilla y me iba a poner las chancletas.
Era profunda pero no grave, extremadamente molesta por estar en el punto de apoyo del pie y porque la textura de la chancleta me jalaba el pellejo cada vez que daba un paso y sin la chancleta se llenaba el canal de la herida de granitos de arena, si... ya se bastante molesto y tuve que soportar usar zapatos tenis durante varios días hasta que sanara un poco, nunca había usado zapatos en la playa!
A fin de cuentas la isla resultó ser un lugar extremadamente interesante, como para escribir una novela de piratas, ah! y se me olvidaba, el nombre de Isla de Cabuya como cualquiera podría sospechar se debe a que está plantada con Cabuya, esas plantas que se usan para hacer mecate y sacos.
De vuelta al campamento Giovanna se adueñaba de la "cocina" (que no era otra cosa que un lugar entre las raíces de un gran almendro que tapaba el viento para que no se apagaran las pequeñas cocinas de gas portátiles) y preparaba una comida que difícilmente cualquier turista encontraría en el hotel más fino, la verdad no podíamos quejarnos, nunca en mi vida la comida de campamento ha tenido tan buen sabor.
Al siguiente día tocaba el turno de visitar las famosas cascadas de Montezuma, como transporte oficial para los "rides" habíamos adoptado nuestras bicicletas, Giovanna , Federico y Mafi habían cargado las suyas en "Carlitos" , así que el único que no andaba con bici era el primo de Federico, el cual optó por viajar en la barra delantera de la montañera de Federico, lo cual no era muy cómodo para ninguno de los dos, pero la verdad en el ambiente de jolgorio que andábamos todos la verdad no parecía importarles mucho la dificultad, como que el valeverguismo de Juan se había contagiado a todos a este punto del paseo jejeje.
Caminar hacia las cascadas requería recorrer por momentos parte del bosque primario que rodea el cauce del río, otras veces cortábamos camino brincando entre las piedras en alguna parte del río, poco a poco vamos encontrando las diferentes pozas que no son diferentes a cualquier otro río de montaña.
Cuando llegamos a la primera de las cascadas había bastante gente, ésta es la de más fácil acceso así que no es de extrañar esa gran cantidad de gente. tiene una caída de unos 20 metros y es una delicia ponerse bajo el chorro de agua fría en el calor del pacífico. Como antes había mencionado en el terreno en esa época no teníamos agua corriente así que hasta ese momento solo habíamos nadado en agua salada, el agua dulce y helada de la cascada fue algo que todos agradecimos en grado sumo.
La poza hecha por la cascada durante miles de años de erosión es lo suficientemente profunda como para que no pudiéramos tocar el fondo en su parte más profunda, y estaba rodeada de piedras lisas donde se puede uno tirar a asolearse (lagartear como decíamos en la piscina del TEC).
Luego de refrescarnos, partimos a buscar las otras cascadas que están montaña arriba, éstas son de más difícil acceso así que probablemente encontraríamos menos gente. Tomamos un trillo para subir y llegamos a un punto donde podíamos seguir caminando o tomar un atajo colgándonos por una ladera de unos 10 metros de altura que tenía unas raíces y lianas que servían de apoyo. Por supuesto que íbamos a tomar el camino más difícil!!!
Master por supuesto andaba varios metros de cuerda para escalar (jeje a nadie se le ocurriría llevar cuerda para escalar a la playa pero no conocen a Master) eso nos sirvió como línea de seguridad para bajar, y de hecho nos ahorramos al menos media hora de camino.
Después de bajar estábamos prácticamente en la entrada de la siguiente cascada, esta tiene como 15 metros de altura y cae a una poza cuyo desagüe era precisamente la otra cascada que habíamos visitado antes, más arriba había otra cascada más pequeña en la de la misma manera, la poza de la cascada de arriba tenía una abertura que era la cascada siguiente hacia abajo.
En esta segunda cascada el chiste es animarse a tirarse puesto que la pared de piedra está casi vertical, así que algunos hicieron la prueba.
Debo aclarar que yo soy un cobarde para las alturas, mi acrofobia patológica no me deja ni siquiera acercarme mucho a un borde antes que me paralice el vértigo, así que como podrán imaginar yo solo me tire de una pequeña saliente que hay como de unos 5 metros de altura.
El resto de los mortales sin fobias se tiraba de otra saliente que está más arriba casi en la altura total de la cascada, Juan se tiró de ahí ,cuando vimos a Giovanna acercarse al borde no pensamos que se iba a dejar ir pero de repente sí lo hizo! para nuestra sorpresa y terror! porque cuando digo que se dejó ir, es exactamente lo que hizo. Es que aunque era una saliente había que pegar un pequeño salto hacia adelante para mantenerse alejado de la pared de piedra y de las piedras de abajo, pero ella solo se dejó ir , sin salto ni nada, tamaño susto nos pegamos porque pasó muy cerca del borde. Creo que ella no lo pensó bien solo se dejó llevar por el entusiasmo de Juan y no midió el verdadero peligro, nosotros quedamos pálidos.
Después del susto y ya más calmados vimos a Sergio intentarlo desde lo más alto, que es más complicado porque hay que pegar una pequeña carrera para saltar y librar el borde de la parte más alta de la catarata.
En esa parte superior está la poza de agua fresca donde disfrutamos de darnos un chapuzón porque es la más grande de las 3 y si se puede nadar cómodamente, además en una enorme ceiba hay una cuerda colgada que sirve como columpio para echarse clavados, cuando salimos de allí ya era casi la puesta de sol. Después íbamos a volver pero esta vez de noche, no recuerdo si fue en el camino de vuelta de Playa Grande (que les contaré mas tarde).
La ida a las cataratas de noche tiene un elemento mágico, es como visitar otro lugar en otro planeta, lo primero que uno nota es que el gentío que algunas veces es un hastío no existe, lo cual es genial porque por ejemplo esta vez cuando llegamos a la primera catarata y su poza decidimos nadar "al natural" jejeje, y es que como era una noche sin luna y con los focos apagados no nos podíamos ver ni siquiera nosotros mismos, con la única excepción de Federico. Tal era su palidez que en esa casi penumbra brillaba en la oscuridad, era casi fluorescente.
En la noche uno puede sentir los langostinos que lo pellizcan a uno en la poza mientras nada, son inofensivos.
La visita a Playa Grande fue tal vez la caminata más larga que hicimos en los días que estuvimos por ahí, para los que nunca han visitado Montezuma la entrada se encuentra siguiendo hacia el lado noreste del pueblo hasta el final de la calle.
Cuando uno entra a la playa se ve como cualquier otra hasta que uno levanta la vista y se da cuenta que sigue por kilómetros hasta perderse de vista, ese día el objetivo era llegar a lo que llamaban El Chorro, una cascada de gran altura que cae sobre una piedra y que con el paso de miles de años ha horadado la piedra hasta hacer una especie de pila al pie de la catarata y de ahí el agua se derrama en el mar mezclando agua dulce con salada. Suena muy bonito pero lo que no sabíamos era la distancia que debíamos recorrer.
Como de costumbre "el irresponsable de Juan" nos llevó a caminar con el sol de mediodía, tremenda tostada nos pegamos, llevábamos botellas de agua pero no fueron suficientes y no llevábamos comida tampoco, aunque todo eso no fue evidente en el viaje de ida sino en el largo viaje de vuelta.
Durante el recorrido y en secciones de la playa que usualmente estaban separadas por barreras de arrecife era como tener varios "ambientes" en una sola y larga extensión de playa, en algunos casos y las zonas más alejadas y privadas algunas personas aprovechaban para broncearse "completos", si... sin marcas desagradables de traje de baño. En otros tramos el mar resultó una buena tentación y nos metimos a nadar y a hacer "pellejo surfing".
Cuando llegamos a El Chorro valió la pena la caminata, el lugar es un acantilado de piedra y desde lo alto cae la catarata sobre el guacal de piedra que se desborda y se mezcla con el mar, a los costados de la catarata un arrecife de piedra sirve de hogar para una cantidad enorme de cangrejos de todos tamaños que aparecen y desaparecen cada vez que una ola golpea la piedra.
Por supuesto chapoteamos un rato en la catarata y luego cuando la marea empezó a subir tuvimos que salir de ahí pues la marea alta nos hacía difícil salir del arrecife.
Como explicaba antes el largo camino de regreso fue algo tortuoso por el hecho que no nos quedaba agua ni teníamos comida, aún así fue una excelente experiencia.
Debo agregar que como me había partido el pie en el arrecife de Isla Cabuya tuve que hacer toda la caminata (3 horas de ida y vuelta) con zapatos en vez de chancletas, para mi eso fue muy incómodo.
Cuando regresamos al pueblo ya se estaba poniendo el sol y dado que estábamos muertos de hambre y sed hicimos una parada técnica para comer.
Las bicicletas las habíamos dejado amarradas a un poste en la entrada de la playa, al regresar fue un alivio que aún estuvieran ahí, nuestro único medio de transporte.
Antes de relatar nuestra visita a la Reserva Absoluta de Cabo Blanco, me gustaría repasar el ambiente de fiesta de esas épocas.
El pueblo de Montezuma consistía en dos calles de lastre, una que era una prolongación del camino que lo traía a uno al pueblo desde Cóbano que se extendía desde el pie de la montaña donde termina la empinada cuesta a la entrada de Montezuma hasta unos pocos metros después de la entrada a las cataratas,luego de eso se puede decir que salía del pueblo hacia Cabuya.
La otra corría desde el frente del hotel donde empezaba la playa, siguiendo el borde costero hasta la entrada de Playa Grande, aproximadamente 400 metros, ahí se ubicaban el hotel, una pizzería, un bar, la licorera-abastecedor, un bazar de turismo, algunas tiendas de artesanía, un par de sodas, unas cabinas , una panadería casera (el lugar que nosotros llamábamos "el aserrín" porque hacían un sabroso pan integral), una verdulería y una escuela. Mas o menos eso era tal vez se me olviden un par de lugares.
Uniendo esas dos calles o podríamos decir avenidas, hay una calle que corre perpendicular y en donde se encuentra un parqueo, una soda , el supermercado , el Sano Banano y una local de tours con tienda de artesanía. El Sano Banano es un restaurante de comida macrobiótica y precios estratosféricos (recuerdan el comentario acerca de los restaurantes para turistas?).
En fin el asunto es que algunas noches nos veníamos desde Cabuya para Montezuma a echarnos unas cervezas y disfrutar del ambiente festivo de fin de año, en el hotel siempre había música con altoparlantes que se convertían a la postre en la cortina musical de todo el pueblo, normalmente lo que se escuchaba era rock clásico o reggae roots (más específicamente Bob Marley, no recuerdo haber escuchado reggae de nadie más ahí en esas épocas), nunca escuchamos tampoco ni una sola canción "chiqui-chiqui" criolla o reggatón. Y es que en fin de año la mayoría de la población era de europeos, unos pocos gringos y unos cuantos ticos del valle central.
La gente ahí en la calle hacía lo que le parecía... beber, bailar, fumar, brincar, hablar, cantar; nadie se metía con nadie a ese respecto.
Algunas noches íbamos a Cabuya, que en esas épocas giraba en torno al salón y abastecedor que administraba Sal, que estaba en la intersección que conducía a Mal País o a Cabo Blanco a partir de Cabuya, era el "centro" del pueblo por así decirlo.
El lugar era un éxito, todo el pueblo llegaba ahí y además era como la peña cultural del lugar porque Sal se aseguraba de tener algunos espectáculos poco comunes para un lugar como ese, una noche vimos y escuchamos el show de María Pretiz cantando lo que en aquel momento era su primer disco solista y asistimos a una obra de teatro que fue puesta en escena por César Meléndez quién es conocido actualmente por su famoso monólogo teatral "El Nica", vimos también un espectáculo de danza-teatro de Ishtar Yasin.
En ese lugar también celebramos la llegada del año nuevo (el cual relataré mas tarde).
Otro de los paseos que hicimos fue la visita a la Reserva de Cabo Blanco, esa reserva es conocida como reserva absoluta, o sea que no es en realidad un parque sino que existe una zona que está completamente aislada y protegida donde el público general tiene prohibido el acceso, solamente científicos y naturalistas y de manera limitada con el propósito de preservar el lugar con una mínima intervención humana casi como una selva virgen.
Si existe una zona considerada como parque pero constituye un trozo mínimo de la totalidad de la reserva, además es estrictamente prohibido sacar del parque cualquier cosa que no sean fotos, o sea no se puede llevar uno ni una piedrita o una concha de la playa.
En la época que nosotros visitamos Cabo Blanco era posible llegar hasta la punta, que es la parte más externa de la Península de Nicoya que se adentra en el Océano Pacífico (actualmente está restringido el paso), es una playa de arena blanca compuesta en su mayoría de conchas pulverizadas casi al tamaño de granos de arena. El azul del mar es impresionante, de verdad nunca he visto en Costa Rica olas de un azul tan intenso, aproximadamente a un kilómetro de la línea de la costa hay una pequeña isla de bordes acantilados donde se nota anidan aves blancas que no logré distinguir y había un naufragio de un barco de metal que parecía haber encallado lejos de la costa casi a la misma distancia que la isla, un arrecife separa la playa de la punta del resto de la línea costera lo que dificultaría el acceso caminando por la costa, al caminar hacia el oeste siguiendo la playa hay una pequeña catarata de agua dulce que corre desde lo alto de la montaña dentro del parque, el agua es pura y cristalina , ideal para quitarse el agua salada. Pero como no todo en la vida es color de rosa, tuvimos que pegar una caminada enorme solo para llegar a este punto ya que el trillo dentro del parque para llegar a la punta da un rodeo bastante grande, así que no tuvimos tiempo de permanecer mucho en el lugar porque la reserva tiene un "toque de queda" a las 3pm. Cuando llegamos de nuevo a la salida ya casi se ponía el sol.
La noche de año nuevo por supuesto era momento de celebrar, antes de eso durante el día Federico decidió acompañar a los vecinos pescadores en alta mar, para no ser muy gráficos con el asunto parece que se mareó en la panga y "devolvió" algo al mar.
Al parecer la "estrategia" dio resultado pues logró sacar un amarillo (pez) de muy buen tamaño que a la postre fue parte de nuestra cena de año nuevo que una vez mas hizo que Giovana se luciera en la cocina.
Después de quedar como la perrita del cura con la comilona nos fuimos al pueblo de Cabuya, en el bar de Sal estaba la pachanga y todo el pueblo estaba allí, incluso gente que había venido de Montezuma, esto es algo que actualmente no sucede ya no se hace fiesta en el pueblo.
El asunto con la fiesta era que había que pagar entrada y nosotros no estábamos muy dispuestos a pagar por una fiesta con discomóvil en una cantina de pueblo, así que liderados por "el irresponsable de Juan" nos colamos por un hueco en el cedazo que cubría un costado del salón de baile. Fue una de esas salidas espontáneas que resultó ser divertido además.
Fue la fiesta de pueblito normal de año nuevo ,con birra y baile, así que todos nos pegamos una bailada y la acostumbrada ingestión de licor. La fiesta estuvo buena pero definitivamente lo más divertido fue la colada en el baile.
Master regresó un par de días antes que nosotros y Juan se regresó en su carro varios días después, así que la pedaleada de regreso nos tocó a Sergio y a mi.
Salimos de madrugada para evitar el sol y llegar a la lancha de Paquera de las 6 de la mañana, en el campamento todos se despertaron para despedirse y volver a dormir, nosotros empezamos el trayecto de regreso.
Hasta Montezuma todo sin novedad ya estábamos acostumbrados a esa ruta casi todos los días en nuestros paseos, la única diferencia la hacía la carga que llevábamos en las bicis, paramos un momento a revisar la carga y encender los focos (todavía no había salido el sol) y a subir esa empinadísima cuesta a la salida de Montezuma, es corta pero el declive pronunciado la convierte en una tortura para subirla en bici y con carga, al llegar a la cima estábamos cubiertos de sudor.
El camino de regreso es más fácil que el de venida, solo hubo un pequeño contratiempo en un pueblito llamado La Florida, donde un montón de perros se nos pusieron detrás, la idea era usar el modo usual de Sergio para deshacerse de los perros, acelerar hasta que se cansaran pero uno de los perros se asustó cuando Sergio lo pasó a toda velocidad y se me metió en la llanta delantera de la bici.
Sobra decir que sufrí una aparatosa caída dando vueltas con todo y bici porque tenía puestos los escala pies de los pedales, afortunadamente el perro no sufrió daño y se fue muy campante el desgraciado, mientras que yo fui arrastrado por la inercia en la calle de lastre con lo que se me incrustaron piedrecillas en las manos, rodillas y codos provocando profundos surcos sangrantes.
Ni modo gajes del oficio, no había tiempo de quejarse íbamos contra tiempo así que solo me lavé las heridas y seguimos el camino.
Las subidas y bajadas del camino ahora estaban a la inversa así que íbamos a encontrar dos grandes subidas en el camino y obviamente el lastre de Tambor para que nos doliera el trasero otra vez, solo que esta vez teníamos una impresionante luna llena iluminando el camino, tanto que no necesitábamos los miserables foquitos que eran insignificantes contra la luz de la luna.
Al parecer nos fallaron los cálculos porque llegamos al muelle de Paquera apenas unos segundos después que la lancha de las 6am había salido, así nos dió tiempo de comernos un pinto mientras esperamos la lancha de las 9 (en esa época no existía el ferry de tambor así que solo existía el de playa Naranjo).
De regreso en la lancha esta vez si pude disfrutar el recorrido porque no me dormí, eso si , debido al camino todo de lastre y la caída en La Florida, ahora yo estaba completamente cubierto de polvo amarillento de pies a cabeza, solo surcado por pequeños chorros de sangre de las heridas en mis codos rodillas y manos, yo podía leer los labios de la gente sentada frente a mi cuando decían entre ellos -"Qué pichazo!"- cuando me miraban. Llegamos al puerto alrededor de las 10 y media y nos preparamos para el camino de regreso. Esta vez se nos ocurrió regresar por Cambronero en vez de ir otra vez por Orotina, esa vía no tiene problema excepto que es 50-50, uno SUBE 50 kilómetros y luego baja otros 50.
Como nos habíamos retrasado por haber perdido la lancha salimos de inmediato pedaleando, apenas y revisamos la carga y le echamos aire a los neumáticos para pedalear en asfalto, no se nos ocurrió comer algo.
La subida era empinada y continua, por fortuna regresamos un día de poco tráfico pero conforme avanzábamos y consumíamos energía el hecho de no haber comido nos empezó a pesar, Sergio por esa época creo que todavía no sabía que tenía problemas de presión arterial, en todo caso el esfuerzo y la falta de comida hizo que le diera la pálida. Tuvimos que parar porque no se sentía bien y no llevábamos comida ni snacks. A punta de suero y de pedalear con calma llegamos al Alto de San Ramón, el punto más alto del cerro de Cambronero y justo allí había una pequeña pulpería-panadería que nos salvó la tanda.
Carbohidratos y azúcar! ese lugar era un paraíso, gatos, tosteles, quesadillas dulces, pan. El asunto es que compramos toda la plata que nos quedaba (recuerdan estudiantes limpios en esa época) en panes , tosteles y demás y nos los bajamos con Gatorade. El alma nos volvió al cuerpo, a Sergio se le quitó el color verde pálido del bajonazo de presión. Guardamos un par de panes para el camino y continuamos.
Como ya habíamos llegado hasta la cima ahora seguía la caída libre, si ahora el chiste era no matarse porque le podíamos rayar a los carros, había pocas subidas y casi todas se podían pasar con solo el impulso de la bajada, cuando llegamos a Grecia ya empezaba a atardecer y justamente en ese momento miramos a los lados de la carretera, había sendos campos de caña de azúcar a los lados de la pista y hacia el oeste sobre el cañaveral se ocultaba el sol enorme con tonos rojizos y amarillos mientras que del lado este sobre el campo verde se veía una luna gigantesca en el horizonte aunque aún había luz de día, eso fue algo impresionante.
Tuvimos que hacer un par de esfuerzos extra para subir Atenas hasta La Garita y luego al llegar a San José en la subida antes del Corobicí, cuando llegamos a la casa de la familia de Sergio eran las 8 de la noche, como era de esperarse la mamá de Sergio nos esperaba con una comilona apenas para reponer fuerzas, mi padre llegó a recogerme en carro para que yo no tuviese que pedalear el ochomogo de regreso a Cartago.
Este fue tal vez el más memorable de los viajes pipirinos, el que nunca se nos ha olvidado y con el que siempre comparamos todas nuestras aventuras, los lazos de amistad que se forjaron en ese viaje perduran todavía tan fuertes como el primer día con todos los que allí estuvimos, y nuestro nexo con ese lugar mágico que es Cabuya. Yo por mi parte he seguido visitando Cabuya desde aquel entonces todos los años , salvo pocas excepciones y no hay ninguna de ellas que no me haya recordado ese viaje tan particular que marcó nuestras vidas y que tantos buenos recuerdos nos dejó a todos.

1 comment:

  1. Que final, terminé derrotado por los recuerdos, de eso ya más de 15 años.

    Que relato más extenso y completo...me recuerdo como me metí por entre los troncos de madera para colarnos en la fiesta de fin de año...y luego jalarlos a todos para que hagan lo mismo...Que buena nota, tantas historias que contar en un solo viaje.

    Como dice mi amigo,

    ...IMBATIBLES..!!

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