Logramos llegar a Montezuma después de un viaje lleno de anécdotas, pero esta aventura apenas empieza.
Luego de la entrada triunfal en el pueblo comenzamos a buscar al equipo terrestre, o sea a los que venían en "Carlitos", el pick-up-mastodonte-renta-de-gasolina que venía con los que no viajaron en bici. Después de un rato no encontramos a "Carlitos" así que decidimos empezar a caminar hacia playa Manchas con el fin de buscar un "chante" donde pasar la noche ya que a menos que encontráramos a la gente del carro no nos íbamos a ir a Cabuya todavía. Tengo que mencionar que en esa época había muy poca gente que tenía celular además la zona de cobertura era solamente en el área metropolitana, así que ninguno de nosotros estudiantes pobres contaba con uno.
Pasamos al restaurante La Cascada que queda al lado del río que conduce a las famosas cataratas de Montezuma, ahí trabajaba un conocido del Juancho que podía ayudarnos a guardar las bicis durante la noche. Acá Sergio estaba empezando a sentirse algo molesto porque no le gustaba la idea de separarse de su amada bicicleta que recién había comprado ese año, estuvimos un rato en el lugar descansando y luego nos fuimos a playa manchas, cuando Juan le dijo a Sergio que íbamos a dormir ahí lo miró con incredulidad, pero si era cierto, íbamos a pasar la noche a cielo abierto.
Playa Manchas es un lugar hermoso, está llena de arrecifes de arenisca y arena blanca, las olas rompen en espumas blancas a la orilla de arboledas de almendros, la carretera de lastre bordea la playa que es de poca extensión y al otro lado de la calle en partes del recorrido contrastan las colinas de bosques primarios.
Aún con ese bucólico ambiente a Sergio todavía no le convencía la idea de la pernoctada en la playa y se mostraba algo molesto, Juan por supuesto estaba irresponsablemente tranquilo a pesar que no sabía donde estaba su carro que venía con sus pertenencias, su novia y su hermana. Master y yo en realidad estábamos disfrutando todavía de la llegada a entrar en "modo playa" como decía Master, además veníamos preparados con hamacas militares que traíamos en nuestros maletines junto con otras cosas prácticas para pasar cómodamente la noche.
Encontramos un punto donde no había gente en la playa bajo unos almendros, Master y yo encontramos un par de árboles para colgar las hamacas y pronto estábamos cómodamente instalados, Sergio ahí a oscuras sin tienda ni sleeping bag ni nada refunfuñaba de cómo íbamos a pasar ahí la noche? pero pronto el sonido del mar y el descubrimiento que debajo de la capa de hojas húmedas y sucias de almendro se ocultaba una cama de suave, seca , cálida y limpia arena blanca lo hizo cambiar rápidamente de ánimo, así que en poco tiempo estábamos disfrutando de una noche de luna casi llena en la que el cielo parecía que no le cabía una estrella más, ahí sin las luces artificiales de la ciudad que nos cegaran el firmamento nos permitía ver el cielo enorme y abierto repleto de estrellas mientras al fondo las olas daban un concierto de estruendosa tranquilidad al romper contra las piedras del arrecife para luego callar y permitir escuchar la espuma blanca del mar disolverse entre las piedras y la arena.
Conversamos un rato pero el cansancio del viaje y el tranquilo ambiente que nos rodeaba nos hizo caer de sueño, aunque no necesitábamos soñar, ya estábamos allí.
A la mañana siguiente el sol nos sacó del descanso y logramos ver por primera vez de día el azul del mar , para ese momento a Sergio se le había olvidado ya que estaba molesto por tener que pasar la noche en la playa y más bien estaba haciendo su propio campamento improvisado, ya había limpiado de hojas una buena parte de su terreno y hasta tenía un tronco para improvisar un asiento, creo que si no hubiese aparecido el carro se queda ahí toda la semana feliz de la vida.
Justo cuando íbamos a recoger las bicis apareció por el camino "Carlitos" con toda su comitiva, lo logramos reconocer por la enorme tabla de windsurf que Giovanna (en aquel momento novia de Juancho) había traído "de paseo". Ya estaba todo el grupo reunido.
Fuimos a recoger las bicis al restaurant y emprendimos el recorrido de 7 kilómetros que hay entre Montezuma y Cabuya. es un recorrido pintorezco sobre una calle de lastre que la mayor parte del tiempo corre bordeando la costa, hay algunas pequeñas pero empinadas subidas de camino en aquellos puntos donde la playa se mezcla con la montaña, algo muy típico del paisaje montezumeño.
Saliendo de la cascada hay varias de estas colinas y a un lado de la calle hay una ceiba que se yergue majestuosa y que nadie nunca nota misteriosamente por el solo hecho que hay que mirar hacia arriba para notar su altura y el tronco de rectitud casi perfecta que se levanta unos 30 metros por encima de nuestras cabezas.
Luego de pasar playa manchas se encuentran gran variedad de tipos de bosques, seco , manglar, palmeras y palmas, e incluso una artificial plantación de teca antes de llegar al río Lajas.
En la época de nuestro primer viaje había que vadear el río porque no existía el puente, tenía su ciencia hacerlo en bicicleta de manera que uno no tuviese que bajar o poner los pies en el suelo, no era fácil "leer" la profundidad del agua, si se hacía bien uno se desplazaba por una profundidad de unos 15cm de agua, pero cualquier descuido lo hacía a uno chocar contra una piedra o caer en un lado profundo, el cruzar el río en bici era una de las cosas divertidas.
Luego de pasar el río se encuentra una de las maravillas de Cabuya, una parásita (un árbol enorme compuesto de pequeños troncos en una conglomeración que lo hace ver como un solo árbol gigantesco) el diámetro es como de 5 metros o más con una altura de aproximadamente 20 metros, la copa es tan grande que le da sombra a si misma y a la calle y a la capilla que está cruzando la calle.
La calle sigue en línea recta hacia el pueblo de Cabuya, poco menos de un kilómetro antes del pueblo está la casa de Juancho que en esa época era sólamente el terreno , la casa ni siquiera los cimientos. El terreno estaba contiguo a la casa de Bean o Vin , no sé como lo escriben, es un pescador de la zona que vive con su familia todos personas muy agradables , su mujer conocida en el pueblo como "La Macha", yo la verdad ni siquiera se cómo se llama, una persona amable y servicial, muy trabajadores ambos.
Cuando entramos al terreno nos dimos cuenta porqué era mala idea tratar de venir de noche, estaba casi cubierto por completo de pochotes!
Para los que no los conocen el pochote es un árbol típico de la zona de Nicoya y Guanacaste cuyo tronco y ramas están cubiertos de afiladas espinas, así que como pueden imaginar había que caminar con cuidado, de hecho Mafalda la hermana de Juancho "encontró" una espina con su pié, la espina atravesó la suela de su sandalia y le dejó un fragmento en el pie. De inmediato hizo su aparición Federico con su bisturí.
Federico era compañero de Juancho en la carrera de diseño del Tec y por ser hijo de médico portaba todo un arsenal de artefactos quirúrgicos básicos y un botiquín que se lo envidiaría un EBAIS, así que le hizo la cirugía y desinfección al pie de Mafi.
Más tarde hablaremos de las tendencias sanitarias de Federico, jejeje.
Afortunadamente los pochotes estaban en su mayoría en la entrada del terreno cerca de la calle, más hacia adentro lo que había eran palmeras y más cerca de la playa un manto de almendros de fabulosa sombra, ahí cerca del mar hicimos campamento.
Nos ubicamos alrededor de un claro cubierto de suave arena blanca que denominamos "la sala" los que andaban tiendas armaron sus respectivas, Master y yo seguíamos con la tendencia a acampar con hamaca y toldo algo que cambió con el tiempo al poder conseguir tiendas de materiales más livianos y compactos para poder cargar en una bicicleta.
Todos esos aparejos resultaron innecesarios ya que a partir de la primera noche decidimos dormir todos en "la sala", cubiertos por las copas de los almendros que en los claros dejaban entrar una constelación completa de estrellas cada noche. Debo decir que durante los días que estuvimos ahí tuvimos un clima perfecto.
Así que dormir fuera no representaba ningún problema, yo solo usaba la hamaca para echar una siesta o descansar mirando al mar.
En el campamento había varias cosas que se hicieron claras, por ejemplo Giovanna se adueñó de la cocina y nadie hizo ningún esfuerzo por quitarle el lugar, ella es una chef consumada y debo decir que nunca en mi vida he comido tanto y tan bien en un campamento en la playa, luego como todavía no había casa entonces no teníamos tubería ni agua, así que lo que hacíamos era usar todas las ánforas de nuestras bicis para acarrear agua (no crean cada uno de nosotros cargaba suficientes ánforas como para llenar un galón, excepto por supuesto el irresponsable de Juan que solo cargaba una de 250ml), allí fue cuando notamos que una vez que teníamos las ánforas llenas de agua "pluck!" sonaba la pastillita de cloro que acababa de echar Federico en cualquier recipiente que tuviese el preciado líquido con el fin que fuera saludable beberlo... y es que para traer el agua teníamos que ir hasta la casa vecina donde La Macha que amablemente nos permitía tomar agua potable.
Otra de las realidades era a la hora de ir al baño, lo cual es todo un eufemismo para el "viaje a la letrina de hueco".
Aún con las incomodidades el lugar era tan genial que ni nos importaba, además la mayoría de nosotros estaba habituado a acampar.
A partir de aquí empezamos a explorar , no recuerdo el orden que visitamos cada lugar pero si recuerdo todos los lugares a los que fuimos.
El guía por supuesto era Juan que se comportaba como todo un baquiano, pero haciendo honor a su mote de "el irresponsable de Juan" siempre nos hizo caminar cuando el sol estaba en lo más alto a mediodía... para empezar.
Creo que entre los primeros lugares que visitamos estuvo la Isla de Cabuya, es un paraje muy singular, está aproximadamente a unos 800 metros de la playa y cuando hay marea baja se puede pasar caminando por un puente natural de piedra, playa cabuya está cubierta en su mayoría de pizarra volcánica, después de la línea de la marea alta si hay una franja de arena blanca compuesta de conchas pulverizadas por el mar y algo de arena de piedra, pero al ser en su mayoría calcárea por las conchas es más suave al tacto y no es pegajosa , como la arena de Jacó o Puntarenas por ejemplo, hasta la arena es agradable en este lugar. La piedra que cubre la bajamar es muy interesante porque se nota que se formó de un brote de lava en algún momento de la historia geológica del lugar ahora inactivo.
Cruzamos el puente natural para entrar en la isla, en la orilla se podían ver gran cantidad de conchas de cambute, con solo poner un pie en la isla ya se siente un ambiente como de película de piratas y es que el detalle más interesante es que la isla es el cementerio del pueblo de Cabuya.
Hay un arco de concreto que marca la entrada y pronto uno empieza a encontrar de camino las cruces y lápidas del camposanto, algunas simples cruces de madera roída por los años y la sal, otras lápidas o cruces de cemento sin acabado y unas pocas fosas un poco más elaboradas, pero no tanto como suelen encontrarse en los cementerios de ciudad, la mayoría son bastante simples y se pueden ver algunas flores en unas pocas tumbas, algunas de ellas artificiales para resistir el calor y la falta de agua.
Rodeando la isla (que no tiene más de 500 metros de lado a lado) fuimos encontrando más restos de cambute probablemente de pescadores furtivos que aprovechaban la isla para quitar la concha de la presa antes de llevarla a vender (actualmente no se encuentra tanto de esto, tal vez hay más control), también había un naufragio de un bote de madera mediano lo que acentuaba el aire piratezco del paisaje.
Casi al otro lado de la isla hay un arrecife de piedra que era nuestro objetivo porque según Juan había toda una fauna de peces de colores que podíamos ver buceando en el arrecife y es cierto, solo que en esta ocasión por la hora y el hecho que la marea estaba subiendo el buceo no resultaba muy colorido sino un montón de agua turbia jeje, como siempre Juan nos había llevado a la hora menos indicada. Cuando nos percatamos que el mar estaba llenando ya estábamos bastante adentrados en el arrecife y fue cuando caímos en cuenta que con nosotros había gente que no eran nadadores así que se les iba a hacer difícil volver a tierra firme por la corriente, lo primero era ver si nosotros podíamos salir, Sergio y yo lo comprobamos con éxito mientras Juan y Master buscaban una manera sencilla de sacar a los demás.
Resultó que la manera más fácil era subir a las piedras y salir brincando entre ellas. Todo salió bien excepto para mi que me hice una cortada transversal en la planta del pie de lado a lado, la piedra tenía tanto filo que no lo noté sino hasta que había llegado a la orilla y me iba a poner las chancletas.
Era profunda pero no grave, extremadamente molesta por estar en el punto de apoyo del pie y porque la textura de la chancleta me jalaba el pellejo cada vez que daba un paso y sin la chancleta se llenaba el canal de la herida de granitos de arena, si... ya se bastante molesto y tuve que soportar usar zapatos tenis durante varios días hasta que sanara un poco, nunca había usado zapatos en la playa!
A fin de cuentas la isla resultó ser un lugar extremadamente interesante, como para escribir una novela de piratas, ah! y se me olvidaba, el nombre de Isla de Cabuya como cualquiera podría sospechar se debe a que está plantada con Cabuya, esas plantas que se usan para hacer mecate y sacos.
De vuelta al campamento Giovanna se adueñaba de la "cocina" (que no era otra cosa que un lugar entre las raíces de un gran almendro que tapaba el viento para que no se apagaran las pequeñas cocinas de gas portátiles) y preparaba una comida que difícilmente cualquier turista encontraría en el hotel más fino, la verdad no podíamos quejarnos, nunca en mi vida la comida de campamento ha tenido tan buen sabor.
Al siguiente día tocaba el turno de visitar las famosas cascadas de Montezuma, como transporte oficial para los "rides" habíamos adoptado nuestras bicicletas, Giovanna , Federico y Mafi habían cargado las suyas en "Carlitos" , así que el único que no andaba con bici era el primo de Federico, el cual optó por viajar en la barra delantera de la montañera de Federico, lo cual no era muy cómodo para ninguno de los dos, pero la verdad en el ambiente de jolgorio que andábamos todos la verdad no parecía importarles mucho la dificultad, como que el valeverguismo de Juan se había contagiado a todos a este punto del paseo jejeje.
Caminar hacia las cascadas requería recorrer por momentos parte del bosque primario que rodea el cauce del río, otras veces cortábamos camino brincando entre las piedras en alguna parte del río, poco a poco vamos encontrando las diferentes pozas que no son diferentes a cualquier otro río de montaña.
Cuando llegamos a la primera de las cascadas había bastante gente, ésta es la de más fácil acceso así que no es de extrañar esa gran cantidad de gente. tiene una caída de unos 20 metros y es una delicia ponerse bajo el chorro de agua fría en el calor del pacífico. Como antes había mencionado en el terreno en esa época no teníamos agua corriente así que hasta ese momento solo habíamos nadado en agua salada, el agua dulce y helada de la cascada fue algo que todos agradecimos en grado sumo.
La poza hecha por la cascada durante miles de años de erosión es lo suficientemente profunda como para que no pudiéramos tocar el fondo en su parte más profunda, y estaba rodeada de piedras lisas donde se puede uno tirar a asolearse (lagartear como decíamos en la piscina del TEC).
Luego de refrescarnos, partimos a buscar las otras cascadas que están montaña arriba, éstas son de más difícil acceso así que probablemente encontraríamos menos gente. Tomamos un trillo para subir y llegamos a un punto donde podíamos seguir caminando o tomar un atajo colgándonos por una ladera de unos 10 metros de altura que tenía unas raíces y lianas que servían de apoyo. Por supuesto que íbamos a tomar el camino más difícil!!!
Master por supuesto andaba varios metros de cuerda para escalar (jeje a nadie se le ocurriría llevar cuerda para escalar a la playa pero no conocen a Master) eso nos sirvió como línea de seguridad para bajar, y de hecho nos ahorramos al menos media hora de camino.
Después de bajar estábamos prácticamente en la entrada de la siguiente cascada, esta tiene como 15 metros de altura y cae a una poza cuyo desagüe era precisamente la otra cascada que habíamos visitado antes, más arriba había otra cascada más pequeña en la de la misma manera, la poza de la cascada de arriba tenía una abertura que era la cascada siguiente hacia abajo.
En esta segunda cascada el chiste es animarse a tirarse puesto que la pared de piedra está casi vertical, así que algunos hicieron la prueba.
Debo aclarar que yo soy un cobarde para las alturas, mi acrofobia patológica no me deja ni siquiera acercarme mucho a un borde antes que me paralice el vértigo, así que como podrán imaginar yo solo me tire de una pequeña saliente que hay como de unos 5 metros de altura.
El resto de los mortales sin fobias se tiraba de otra saliente que está más arriba casi en la altura total de la cascada, Juan se tiró de ahí ,cuando vimos a Giovanna acercarse al borde no pensamos que se iba a dejar ir pero de repente sí lo hizo! para nuestra sorpresa y terror! porque cuando digo que se dejó ir, es exactamente lo que hizo. Es que aunque era una saliente había que pegar un pequeño salto hacia adelante para mantenerse alejado de la pared de piedra y de las piedras de abajo, pero ella solo se dejó ir , sin salto ni nada, tamaño susto nos pegamos porque pasó muy cerca del borde. Creo que ella no lo pensó bien solo se dejó llevar por el entusiasmo de Juan y no midió el verdadero peligro, nosotros quedamos pálidos.
Después del susto y ya más calmados vimos a Sergio intentarlo desde lo más alto, que es más complicado porque hay que pegar una pequeña carrera para saltar y librar el borde de la parte más alta de la catarata.
En esa parte superior está la poza de agua fresca donde disfrutamos de darnos un chapuzón porque es la más grande de las 3 y si se puede nadar cómodamente, además en una enorme ceiba hay una cuerda colgada que sirve como columpio para echarse clavados, cuando salimos de allí ya era casi la puesta de sol. Después íbamos a volver pero esta vez de noche, no recuerdo si fue en el camino de vuelta de Playa Grande (que les contaré mas tarde).
La ida a las cataratas de noche tiene un elemento mágico, es como visitar otro lugar en otro planeta, lo primero que uno nota es que el gentío que algunas veces es un hastío no existe, lo cual es genial porque por ejemplo esta vez cuando llegamos a la primera catarata y su poza decidimos nadar "al natural" jejeje, y es que como era una noche sin luna y con los focos apagados no nos podíamos ver ni siquiera nosotros mismos, con la única excepción de Federico. Tal era su palidez que en esa casi penumbra brillaba en la oscuridad, era casi fluorescente.
En la noche uno puede sentir los langostinos que lo pellizcan a uno en la poza mientras nada, son inofensivos.
La visita a Playa Grande fue tal vez la caminata más larga que hicimos en los días que estuvimos por ahí, para los que nunca han visitado Montezuma la entrada se encuentra siguiendo hacia el lado noreste del pueblo hasta el final de la calle.
Cuando uno entra a la playa se ve como cualquier otra hasta que uno levanta la vista y se da cuenta que sigue por kilómetros hasta perderse de vista, ese día el objetivo era llegar a lo que llamaban El Chorro, una cascada de gran altura que cae sobre una piedra y que con el paso de miles de años ha horadado la piedra hasta hacer una especie de pila al pie de la catarata y de ahí el agua se derrama en el mar mezclando agua dulce con salada. Suena muy bonito pero lo que no sabíamos era la distancia que debíamos recorrer.
Como de costumbre "el irresponsable de Juan" nos llevó a caminar con el sol de mediodía, tremenda tostada nos pegamos, llevábamos botellas de agua pero no fueron suficientes y no llevábamos comida tampoco, aunque todo eso no fue evidente en el viaje de ida sino en el largo viaje de vuelta.
Durante el recorrido y en secciones de la playa que usualmente estaban separadas por barreras de arrecife era como tener varios "ambientes" en una sola y larga extensión de playa, en algunos casos y las zonas más alejadas y privadas algunas personas aprovechaban para broncearse "completos", si... sin marcas desagradables de traje de baño. En otros tramos el mar resultó una buena tentación y nos metimos a nadar y a hacer "pellejo surfing".
Cuando llegamos a El Chorro valió la pena la caminata, el lugar es un acantilado de piedra y desde lo alto cae la catarata sobre el guacal de piedra que se desborda y se mezcla con el mar, a los costados de la catarata un arrecife de piedra sirve de hogar para una cantidad enorme de cangrejos de todos tamaños que aparecen y desaparecen cada vez que una ola golpea la piedra.
Por supuesto chapoteamos un rato en la catarata y luego cuando la marea empezó a subir tuvimos que salir de ahí pues la marea alta nos hacía difícil salir del arrecife.
Como explicaba antes el largo camino de regreso fue algo tortuoso por el hecho que no nos quedaba agua ni teníamos comida, aún así fue una excelente experiencia.
Debo agregar que como me había partido el pie en el arrecife de Isla Cabuya tuve que hacer toda la caminata (3 horas de ida y vuelta) con zapatos en vez de chancletas, para mi eso fue muy incómodo.
Cuando regresamos al pueblo ya se estaba poniendo el sol y dado que estábamos muertos de hambre y sed hicimos una parada técnica para comer.
Las bicicletas las habíamos dejado amarradas a un poste en la entrada de la playa, al regresar fue un alivio que aún estuvieran ahí, nuestro único medio de transporte.
Antes de relatar nuestra visita a la Reserva Absoluta de Cabo Blanco, me gustaría repasar el ambiente de fiesta de esas épocas.
El pueblo de Montezuma consistía en dos calles de lastre, una que era una prolongación del camino que lo traía a uno al pueblo desde Cóbano que se extendía desde el pie de la montaña donde termina la empinada cuesta a la entrada de Montezuma hasta unos pocos metros después de la entrada a las cataratas,luego de eso se puede decir que salía del pueblo hacia Cabuya.
La otra corría desde el frente del hotel donde empezaba la playa, siguiendo el borde costero hasta la entrada de Playa Grande, aproximadamente 400 metros, ahí se ubicaban el hotel, una pizzería, un bar, la licorera-abastecedor, un bazar de turismo, algunas tiendas de artesanía, un par de sodas, unas cabinas , una panadería casera (el lugar que nosotros llamábamos "el aserrín" porque hacían un sabroso pan integral), una verdulería y una escuela. Mas o menos eso era tal vez se me olviden un par de lugares.
Uniendo esas dos calles o podríamos decir avenidas, hay una calle que corre perpendicular y en donde se encuentra un parqueo, una soda , el supermercado , el Sano Banano y una local de tours con tienda de artesanía. El Sano Banano es un restaurante de comida macrobiótica y precios estratosféricos (recuerdan el comentario acerca de los restaurantes para turistas?).
En fin el asunto es que algunas noches nos veníamos desde Cabuya para Montezuma a echarnos unas cervezas y disfrutar del ambiente festivo de fin de año, en el hotel siempre había música con altoparlantes que se convertían a la postre en la cortina musical de todo el pueblo, normalmente lo que se escuchaba era rock clásico o reggae roots (más específicamente Bob Marley, no recuerdo haber escuchado reggae de nadie más ahí en esas épocas), nunca escuchamos tampoco ni una sola canción "chiqui-chiqui" criolla o reggatón. Y es que en fin de año la mayoría de la población era de europeos, unos pocos gringos y unos cuantos ticos del valle central.
La gente ahí en la calle hacía lo que le parecía... beber, bailar, fumar, brincar, hablar, cantar; nadie se metía con nadie a ese respecto.
Algunas noches íbamos a Cabuya, que en esas épocas giraba en torno al salón y abastecedor que administraba Sal, que estaba en la intersección que conducía a Mal País o a Cabo Blanco a partir de Cabuya, era el "centro" del pueblo por así decirlo.
El lugar era un éxito, todo el pueblo llegaba ahí y además era como la peña cultural del lugar porque Sal se aseguraba de tener algunos espectáculos poco comunes para un lugar como ese, una noche vimos y escuchamos el show de María Pretiz cantando lo que en aquel momento era su primer disco solista y asistimos a una obra de teatro que fue puesta en escena por César Meléndez quién es conocido actualmente por su famoso monólogo teatral "El Nica", vimos también un espectáculo de danza-teatro de Ishtar Yasin.
En ese lugar también celebramos la llegada del año nuevo (el cual relataré mas tarde).
Otro de los paseos que hicimos fue la visita a la Reserva de Cabo Blanco, esa reserva es conocida como reserva absoluta, o sea que no es en realidad un parque sino que existe una zona que está completamente aislada y protegida donde el público general tiene prohibido el acceso, solamente científicos y naturalistas y de manera limitada con el propósito de preservar el lugar con una mínima intervención humana casi como una selva virgen.
Si existe una zona considerada como parque pero constituye un trozo mínimo de la totalidad de la reserva, además es estrictamente prohibido sacar del parque cualquier cosa que no sean fotos, o sea no se puede llevar uno ni una piedrita o una concha de la playa.
En la época que nosotros visitamos Cabo Blanco era posible llegar hasta la punta, que es la parte más externa de la Península de Nicoya que se adentra en el Océano Pacífico (actualmente está restringido el paso), es una playa de arena blanca compuesta en su mayoría de conchas pulverizadas casi al tamaño de granos de arena. El azul del mar es impresionante, de verdad nunca he visto en Costa Rica olas de un azul tan intenso, aproximadamente a un kilómetro de la línea de la costa hay una pequeña isla de bordes acantilados donde se nota anidan aves blancas que no logré distinguir y había un naufragio de un barco de metal que parecía haber encallado lejos de la costa casi a la misma distancia que la isla, un arrecife separa la playa de la punta del resto de la línea costera lo que dificultaría el acceso caminando por la costa, al caminar hacia el oeste siguiendo la playa hay una pequeña catarata de agua dulce que corre desde lo alto de la montaña dentro del parque, el agua es pura y cristalina , ideal para quitarse el agua salada. Pero como no todo en la vida es color de rosa, tuvimos que pegar una caminada enorme solo para llegar a este punto ya que el trillo dentro del parque para llegar a la punta da un rodeo bastante grande, así que no tuvimos tiempo de permanecer mucho en el lugar porque la reserva tiene un "toque de queda" a las 3pm. Cuando llegamos de nuevo a la salida ya casi se ponía el sol.
La noche de año nuevo por supuesto era momento de celebrar, antes de eso durante el día Federico decidió acompañar a los vecinos pescadores en alta mar, para no ser muy gráficos con el asunto parece que se mareó en la panga y "devolvió" algo al mar.
Al parecer la "estrategia" dio resultado pues logró sacar un amarillo (pez) de muy buen tamaño que a la postre fue parte de nuestra cena de año nuevo que una vez mas hizo que Giovana se luciera en la cocina.
Después de quedar como la perrita del cura con la comilona nos fuimos al pueblo de Cabuya, en el bar de Sal estaba la pachanga y todo el pueblo estaba allí, incluso gente que había venido de Montezuma, esto es algo que actualmente no sucede ya no se hace fiesta en el pueblo.
El asunto con la fiesta era que había que pagar entrada y nosotros no estábamos muy dispuestos a pagar por una fiesta con discomóvil en una cantina de pueblo, así que liderados por "el irresponsable de Juan" nos colamos por un hueco en el cedazo que cubría un costado del salón de baile. Fue una de esas salidas espontáneas que resultó ser divertido además.
Fue la fiesta de pueblito normal de año nuevo ,con birra y baile, así que todos nos pegamos una bailada y la acostumbrada ingestión de licor. La fiesta estuvo buena pero definitivamente lo más divertido fue la colada en el baile.
Master regresó un par de días antes que nosotros y Juan se regresó en su carro varios días después, así que la pedaleada de regreso nos tocó a Sergio y a mi.
Salimos de madrugada para evitar el sol y llegar a la lancha de Paquera de las 6 de la mañana, en el campamento todos se despertaron para despedirse y volver a dormir, nosotros empezamos el trayecto de regreso.
Hasta Montezuma todo sin novedad ya estábamos acostumbrados a esa ruta casi todos los días en nuestros paseos, la única diferencia la hacía la carga que llevábamos en las bicis, paramos un momento a revisar la carga y encender los focos (todavía no había salido el sol) y a subir esa empinadísima cuesta a la salida de Montezuma, es corta pero el declive pronunciado la convierte en una tortura para subirla en bici y con carga, al llegar a la cima estábamos cubiertos de sudor.
El camino de regreso es más fácil que el de venida, solo hubo un pequeño contratiempo en un pueblito llamado La Florida, donde un montón de perros se nos pusieron detrás, la idea era usar el modo usual de Sergio para deshacerse de los perros, acelerar hasta que se cansaran pero uno de los perros se asustó cuando Sergio lo pasó a toda velocidad y se me metió en la llanta delantera de la bici.
Sobra decir que sufrí una aparatosa caída dando vueltas con todo y bici porque tenía puestos los escala pies de los pedales, afortunadamente el perro no sufrió daño y se fue muy campante el desgraciado, mientras que yo fui arrastrado por la inercia en la calle de lastre con lo que se me incrustaron piedrecillas en las manos, rodillas y codos provocando profundos surcos sangrantes.
Ni modo gajes del oficio, no había tiempo de quejarse íbamos contra tiempo así que solo me lavé las heridas y seguimos el camino.
Las subidas y bajadas del camino ahora estaban a la inversa así que íbamos a encontrar dos grandes subidas en el camino y obviamente el lastre de Tambor para que nos doliera el trasero otra vez, solo que esta vez teníamos una impresionante luna llena iluminando el camino, tanto que no necesitábamos los miserables foquitos que eran insignificantes contra la luz de la luna.
Al parecer nos fallaron los cálculos porque llegamos al muelle de Paquera apenas unos segundos después que la lancha de las 6am había salido, así nos dió tiempo de comernos un pinto mientras esperamos la lancha de las 9 (en esa época no existía el ferry de tambor así que solo existía el de playa Naranjo).
De regreso en la lancha esta vez si pude disfrutar el recorrido porque no me dormí, eso si , debido al camino todo de lastre y la caída en La Florida, ahora yo estaba completamente cubierto de polvo amarillento de pies a cabeza, solo surcado por pequeños chorros de sangre de las heridas en mis codos rodillas y manos, yo podía leer los labios de la gente sentada frente a mi cuando decían entre ellos -"Qué pichazo!"- cuando me miraban. Llegamos al puerto alrededor de las 10 y media y nos preparamos para el camino de regreso. Esta vez se nos ocurrió regresar por Cambronero en vez de ir otra vez por Orotina, esa vía no tiene problema excepto que es 50-50, uno SUBE 50 kilómetros y luego baja otros 50.
Como nos habíamos retrasado por haber perdido la lancha salimos de inmediato pedaleando, apenas y revisamos la carga y le echamos aire a los neumáticos para pedalear en asfalto, no se nos ocurrió comer algo.
La subida era empinada y continua, por fortuna regresamos un día de poco tráfico pero conforme avanzábamos y consumíamos energía el hecho de no haber comido nos empezó a pesar, Sergio por esa época creo que todavía no sabía que tenía problemas de presión arterial, en todo caso el esfuerzo y la falta de comida hizo que le diera la pálida. Tuvimos que parar porque no se sentía bien y no llevábamos comida ni snacks. A punta de suero y de pedalear con calma llegamos al Alto de San Ramón, el punto más alto del cerro de Cambronero y justo allí había una pequeña pulpería-panadería que nos salvó la tanda.
Carbohidratos y azúcar! ese lugar era un paraíso, gatos, tosteles, quesadillas dulces, pan. El asunto es que compramos toda la plata que nos quedaba (recuerdan estudiantes limpios en esa época) en panes , tosteles y demás y nos los bajamos con Gatorade. El alma nos volvió al cuerpo, a Sergio se le quitó el color verde pálido del bajonazo de presión. Guardamos un par de panes para el camino y continuamos.
Como ya habíamos llegado hasta la cima ahora seguía la caída libre, si ahora el chiste era no matarse porque le podíamos rayar a los carros, había pocas subidas y casi todas se podían pasar con solo el impulso de la bajada, cuando llegamos a Grecia ya empezaba a atardecer y justamente en ese momento miramos a los lados de la carretera, había sendos campos de caña de azúcar a los lados de la pista y hacia el oeste sobre el cañaveral se ocultaba el sol enorme con tonos rojizos y amarillos mientras que del lado este sobre el campo verde se veía una luna gigantesca en el horizonte aunque aún había luz de día, eso fue algo impresionante.
Tuvimos que hacer un par de esfuerzos extra para subir Atenas hasta La Garita y luego al llegar a San José en la subida antes del Corobicí, cuando llegamos a la casa de la familia de Sergio eran las 8 de la noche, como era de esperarse la mamá de Sergio nos esperaba con una comilona apenas para reponer fuerzas, mi padre llegó a recogerme en carro para que yo no tuviese que pedalear el ochomogo de regreso a Cartago.
Este fue tal vez el más memorable de los viajes pipirinos, el que nunca se nos ha olvidado y con el que siempre comparamos todas nuestras aventuras, los lazos de amistad que se forjaron en ese viaje perduran todavía tan fuertes como el primer día con todos los que allí estuvimos, y nuestro nexo con ese lugar mágico que es Cabuya. Yo por mi parte he seguido visitando Cabuya desde aquel entonces todos los años , salvo pocas excepciones y no hay ninguna de ellas que no me haya recordado ese viaje tan particular que marcó nuestras vidas y que tantos buenos recuerdos nos dejó a todos.
Wednesday, April 13, 2011
Thursday, September 16, 2010
El Club de los Pipirinos (Parte II)
Después de nuestro accidentado primer experimento de viajes a la playa en bicicleta, había llegado el momento de ponernos más osados, ir más lejos, quedarnos más tiempo, hacer más cosas. Luego del primer viaje Master había mencionado la idea de irnos a Playa Montezuma y aunque lo veíamos algo descabellado al principio en realidad nunca dijimos que no a la idea.
Ya le habíamos contado la historia de nuestro primer viaje a todos los del equipo de natación, así que cuando le mencionamos a Juan que pensábamos ir a Montezuma no lo dudó en unirse al grupo. Juan estaba pasando por un momento de irresponsabilidades (creo que igual que todos nosotros en realidad) así que se acopló perfectamente en el espíritu de aventura. A Fontana (Iván) lo perdimos... para este viaje no se apuntó.
En esta ocasión estábamos un poco mejor equipados en el departamento de bicicletas, ya todos teníamos bicis tipo mountain bike y mas o menos teníamos una idea de cómo llevar las cosas necesarias.
Y Juan? Resulta que Juan no tenía bici y había que conseguirle una, así que llegó a mi casa para que mi papá le armara una. Mi padre hizo lo que pudo ante la premura porque Juan quería llevarse la bici ese mismo día , así que cuando mi tata le preguntó si le quería poner frenos de poder atrás , el Juancho le dijo que no que así se iba, jaja Juan es un tipo sin complicaciones no se iba a esperar que le hicieran el trabajo de soldadura que requería el juego de frenos, así pues salió con su flamante bici con frenos de poder adelante solamente.
Master afortunadamente decidió no usar La Mosca en esta travesía, ya para ese momento tenía una mountain bike normal también.
Así que para este viaje estábamos Master, Sergio, Juan y yo prácticamente sin hacer ningún plan previo, solo sabíamos la ruta que íbamos a seguir, que nos íbamos a quedar en el terreno que Juan y sus hermanos tenían en Playa Cabuya en el que tenían planeado construir una casa de playa y que la distancia a recorrer era de 150 Kilómetros desde San José.
En esta ocasión teníamos un equipo de ruta, Juan había mandado a su novia y su hermana acompañadas de un par de amigos en "Carlitos", cargando su equipaje y tiendas. Carlitos era el GMC viejo que Juan y su hermano usaban mancomunadamente para sus asuntos, una enorme máquina de tragar gasolina.
Master , Sergio y yo cabezonamente por supuesto nos negamos a mandar todo nuestro equipaje en el carro "hay que llevarlo en la bici!!!" decíamos.
El plan era salir desde Heredia, de la casa de los papás de Master que muy amablemente aceptaron al cuarteto de locos con sus bicis que pernoctaran en su sala, era más práctico que salir de San José.
Master y yo salimos de Cartago en la noche para encontrarnos en San José con Sergio para seguir hasta Heredia, Juan llegaba a casa de los papás de Master en Carlitos.
A pesar que ahora estábamos un poco mejor equipados había un aspecto en el que todavía pasaría algo de tiempo antes que lo solventáramos, la iluminación.
Llevábamos unos foquitos de mano amarrados al manubrio de la bici, una luz tan tenue que incluso a oscuras apenas y se notaba, nos dimos cuenta de eso Master y yo en la pista de Cartago a San José porque en esa época todavía no contaba con la iluminación pública que tiene ahora, apenas y lográbamos que brillaran un poco los ojos de gato de la carretera cuando no venían carros, para colmo por ser diciembre la pista no estaba transitada (en esa época no existía Terramall) y se nos pusieron al corte unos perros en la parte más oscura.
Pasamos a casa de los Alvarez para encontrarnos con Sergio que ya estaba listo y después que sus papás bajaron a todos los santos salimos rumbo a Heredia.
Master escogió la ruta para salir de San José más pintoresca... por avenida 8, justo cuando íbamos pasando por los chinchorros de bares más weisos de todos se me cae la cocina de gas, tuve que devolverme a levantarla y yo hasta que sentía la puñalada cuando me fueran a robar la bici. Por dicha eso no pasó.
Subimos hasta Heredia a casa de la familia Espinoza Brenes donde fuimos bien recibidos (no nos conocían mucho). Más tarde llegó Juan que lo venían a dejar en carro y nos dimos cuenta de un detalle.
Con la experiencia del viaje anterior Master, Sergio y yo habíamos acumulado una serie de equipo básico para pedalear, cascos, herramientas, accesorios para llevar botellas de agua, etc. de repente miramos a Juan y nada!
Juan no llevaba nada! ni siquiera un casco protector, así que Master le prestó un casco de esos que se usaban en el tiempo de upa antes que se usaran los cascos duros que consistía en unas tiras de material acolchado que cubrían la cabeza a manera de gorrito. No protegía mucho en realidad, pero Juan se veía bastante ridículo así que valía el boleto.
No dormimos mucho la verdad, pura ansiedad , nos quedamos hablando paja hasta tarde la verdad ni me acuerdo si dormí o no el asunto es que ese día de diciembre de 1992, salimos a las 4am de Heredia rumbo a Playa Cabuya, nos quedaban 150 kilómetros por recorrer.
La pista pasó sin pena ni gloria, asfalto aburrido todavía sin luz de sol, solo nos dedicamos a pedalear y tratar de calentar en el frío de la madrugada alistando las piernas para cuando llegáramos a La Garita.
Después del cruce de Manolos el camino era más interesante, ya no era autopista y ya huele a leña quemada de fogón en algunos lugares, tuvimos que bajar con cuidado La Garita porque todavía estaba oscuro y la bajada y las curvas son muy pronunciadas.
Una vez que pasamos el puente de la represa de La Garita... a subir!!!
El toque era montar ritmo para subir tranquilos, no era una carrera y quedaba mucho camino, aproximadamente a un kilómetro de Atenas paramos para ver el amanecer mientras nos quitábamos las jackets que nos protegieron del frío de la madrugada, cambiar los lentes transparentes por los lentes de sol para protegerse de los rayos ultravioleta y tomar unos tragos de hidratante y seguimos pedaleando.
La ruta a seguir era por Caldera desde Orotina siguiendo la costanera hasta Puntarenas, tomar la lancha que desembarca en Paquera y de ahí a Montezuma/Cabuya.
Al salir de madrugada la idea era no tener que lidiar con el sol mientras subíamos el Monte del Aguacate, fue un éxito el sol apenas empezaba a salir cuando llegamos a Atenas de ahí son pocos kilómetros antes de llegar a la cima, eso si, la última cuesta es bastante empinada pero lo logramos, unos maes en bicis de ruta y sin equipaje nos rayaron antes de llegar a la cima... muy amablemente los dejamos pasar.
Nos agrupamos arriba y nos preparamos para bajar, una vez más... "borrosos", bajamos como una exhalación, el peso del equipaje le da un impulso extra a la bici en las bajadas, al cabo de un rato uno de los maes que nos rayó arriba estaba haciendo presa en el zanjón al lado del espaldón, pollo.
No pasó mucho tiempo para que llegáramos a San Mateo, nosotros no tuvimos "percances", y unas cuantas cuestas pequeñas más antes de llegar y luego seguir bajando a Orotina.
Llegamos al cruce de Orotina cuando apenas abrían los puestos de frutas faltaban pocos minutos para las 6am así que aprovechamos y paramos para desayunar.
Nos sentamos en una de las sodas del cruce y el señor que nos atendió muy amable, pedimos el pinto con huevo de rigor.
Orotina es la tierra de las frutas y cuando a uno le dicen -"les vamos a servir su desayuno con juguito de naranja natural"- a uno hasta que se le hace la boca agua de pensar en el sabor dulce de la naranja recién exprimida con todo y su pulpa, con eso ni siquiera molesta encontrarse una que otra semilla.
Pues bien nos traen el desayuno, que por su tamaño pensamos que era una broma y además el famosísimo juguito de naranja natural no era otra cosa que jugo tetra brik de Dos Pinos en un vasito plástico del más chiquitillo que puedan encontrar, yo calculo que todos nuestros "juguitos de naranja natural" salieron del mismo cartón de 500ml. De esta experiencia y de la del viaje anterior se desprende una nueva lección para los que hacen "touring" en bicicleta, no se metan a comer en lugares turísticos.
Como no habíamos quedado muy satisfechos con el desayunito, decidimos rellenar el vacío con fruta.
Acá si no hay reclamo, fruta de primera, sandía , papaya y melón, una delicia. Una vez que quedanos satisfechos cargamos agua, mucha agua, porque ya estaba empezando a picar el calor y teníamos que pedalear la costanera hacia Puntarenas.
Ustedes no tienen idea de lo árido que es ese camino, especialmente cuando conforme uno pedalea el sol va subiendo acercándose al mediodía, yo llevaba en total distribuido en las ánforas de la bicicleta casi 3 litros entre agua e hidratante, cuando pasamos por Caldera estaba completamente seco, apretamos el paso una vez que pasamos Barrancas, teníamos que llegar al muelle de la lancha antes que saliera la de las 11:30 porque sino tendríamos que esperar hasta las 3pm.
Llegamos apenas a las 11:30am después de haber emplatonado las bicis para apretar el paso mientras veíamos que la lancha se iba.
Afortunadamente debido a la gran cantidad de gente de la época, habían puesto otra lancha para las 12 mediodía, asi que tuvimos tiempo de ir a comprar los tiquetes y luego subir con calma a la lancha, lo mejor de todo es que como tienen que acomodar la carga, a nosotros nos dejaron colarnos de primeros con las bicis.
Tengo que mencionar un pasaje especial, viajamos en la vieja y famosa "Paquereña" la cual no se cuántos años llevaba ya haciendo cabotaje desde Puntarenas al puerto de Paquera, era un viejo barco de madera de unos 15 metros de eslora, madera cuya veta ya no se podía encontrar bajo las capas sucesivas de pintura brillante que había recibido con el paso de los años para tratar de vencer la corrosión del agua salada, en la popa (parte posterior) estaban las máquinas y la cabina de la tripulación que sobresalía en la parte superior, además de un baño y una pequeña soda con neveras de refrescos y chucherías de bolsita, galletas y otras cosas poco nutritivas para picar. Las cubiertas de arriba y abajo tenían filas de bancas de madera orientadas hacia lo largo del barco donde se acomodaba gente, en la cubierta inferior más gente, carga ,motos, bicis y animales si ese era el caso, un techo sobre toda el área de la cubierta protegía a los pasajeros del sol del pacífico mientras por sus costados dejaba pasar la brisa del mar.
La "Paquereña" cumplió el máximo de su vida útil y fue sustituida por otra lancha de dimensiones similares y fue hundida para crear un arrecife artificial, creo que fue en el 2004, pero me considero afortunado de poder contar que alguna vez viajamos en una pequeña parte de la historia del puerto y que en este momento está creando nueva vida en las profundidades del Golfo de Nicoya, un nuevo inicio para la vieja lancha.
El apacible viaje en la lancha duraba una hora, al salir y tomar velocidad contra la corriente grupos de gaviotas acompañaban a la lancha en sus costados, mas tarde nos dimos cuenta que la causa era que la gente les arrojaba pedazos de pan, picaritas , meneítos y otros venenos. Es un bonito viaje pero por el cansancio y la falta de sueño de la noche anterior después de un rato caí inconsciente, creo que fue después de pasar la isla de San Lucas.
Desperté poco antes de tocar puerto del lado de Paquera, es interesante ver la maniobra de amarre de la lancha, en esa época no estaba el desembarcadero moderno del ferry, solo una vieja terminal en un edificio de madera y como la lancha no podía amarrar en el muelle del ferry el atracadero no era mas que una saliente de concreto en la que ponían un tablón y ahí había que jugársela para bajar con la bici.
Esperamos a que los pasajeros se atropellaran para salir y salimos de últimos, la gente se aglomeraba hacia los buses que iban hacia Cóbano y Montezuma que siempre esperan la llegada de la lancha, nosotros como llevábamos nuestro medio de transporte no teníamos esas prisas, revisamos y re-acondicionamos la carga que se había desacomodado con el viaje y la carga-descarga de la lancha y empezamos a pedalear hacia el pueblo de Paquera que queda aproximadamente a kilómetro y medio del embarcadero siguiendo una calle que en esa época era toda de lastre y piedra suelta que hacía que nos patinaran las ruedas cuando subíamos la pequeña montaña que hay entre el embarcadero y el pueblo.
Lo primero que se nos hizo evidente fue el contraste entre lo urbano de Puntarenas y este nuevo paisaje, aún hoy con su calle de asfalto, se tiene la sensación de un lugar diferente.
Cuando llegamos a Paquera ya era pasado el mediodía así que buscamos un lugar para almorzar, encontramos un pequeño restaurante a la vuelta del salón comunal que afortunadamente no era turístico, comimos bien y barato.
Luego de comer pasamos a comprar botellas de agua para llenar las ánforas para el viaje y pasada la una de la tarde salimos de Paquera, el sol empezaba a bajar así que la temperatura era más gentil conforme avanzamos, para los que conocen esa ruta debo decirles que por esos años el asfalto solo existía solo en el pueblo de Paquera, a partir de ahí olvídese, todo era puro lastre y no necesariamente del lastre bonito.
Después del relato del primer viaje Juan me dijo que mis problemas de desperfectos de bicicleta eran endémicos por eso de andar jugando de mecánico, pues si tal vez tenía razón, antes de salir en este viaje mi difunto padre me sugirió que le cambiara la cadena a la bicicleta que esa estaba muy gastada y yo no le hice caso como hijo bueno... craso error, después de verse forzada en el viaje y con la acumulación de tierra del camino pronto empezó a rechinar como un tanque ruso y no faltó mucho para que la cadena se reventara.
Juan se asustó un poco porque pensó que ese era el fin del paseo, pero simplemente saqué mis herramientas y reparé la cadena, si fue algo incómodo por la carga de la bici pero no fue muy grave , lo que si perdimos fue tiempo y luz de sol.
Después de recordar la incomodidad que me deparó ser un hijo desobediente seguimos pedaleando hacia la primera gran cuesta del viaje de ida, en esa ruta hay alrededor de 3 grandes subidas que no son de gran importancia para los que viajan en carro, pero cuando uno viaja en bicicleta con el equipaje, cada grado de inclinación de la pendiente se siente hasta en las raíces del pelo, pero claro por cada subida hay una bajada y aquí es cuando entra en escena nuestro amigo Juan.
Como había dicho anteriormente el Juancho estaba pasando por un momento de irresponsabilidades, así que nadie se podía tomar este viaje más a la ligera. en esas bajadas de lastre suelto él solo rebotaba en su bicicleta cagado de la risa (su carcajada característica, esa risa en staccato reconocible a kilómetros de distancia) después de esa gran cuesta seguía un plano que pasa por playa Pochote y luego otra de las cuestas grandes antes de llegar a Tambor.
Acá nos pasó algo curioso, como ya se estaba poniendo el sol la visibilidad no era muy buena y hasta ahora habíamos transitado en lastre recién nivelado que si bien tiene alguno que otro hueco y algunas piedras, es bastante transitable, a esas horas ya con el sol en el poniente se veía como una franja blanca en frente de nosotros. Luego de la trabajosa subida de la cuesta antes de Tambor, venía la recompensa de la bajada, a la distancia y en la poca luz de día que quedaba nos llamó la atención que el lastre cambiaba de color más abajo, aún así y como de costumbre nos dejamos ir en caída libre.
A toda velocidad y casi llegando abajo de la cuesta nos dimos cuenta que el cambio de color obedecía también al cambio de tamaño de las piedras del lastre... pasamos de una suave polvareda a lágrimas como de 5 pulgadas de diámetro, algunos eran cantos rodados pero otras eran piedras de quebrador menos "redonditas" e igual de grandes. Era muy tarde para meter los frenos, a esa velocidad lo que íbamos a hacer era derrapar y caer aparatosamente, así que apretamos los dientes y arremetimos contra las piedras.
Ustedes no tienen idea lo que se siente venir a aprox. 60kph y entrar en una calle llena de piedras que como mínimo tenían el tamaño de una bola de baseball.
Pero claro, lo más gracioso fue ver pasar a Juan dando tumbos cagado de risa mientras gritaba -"Qué loco las mountain! por todo lado se meten! JAJAJA"- sin siquiera detenerse a pensar que su única protección era un casco del tiempo de upa hecho de tiritas de material acolchonado y al llegar a abajo, nada más escuchamos el característico sonido del neumático de la bici cuando revienta.
Solo nos volvimos a ver las caras polvorientas y soltamos la carcajada.
A esas alturas yo seguía teniendo problemas con la cadena de la bici, conforme se acumulaba la arena revuelta con aceite se hacía más difícil pedalear, así que mientras yo trataba de limpiar mi cadena Master le reparaba la llanta reventada a Juan, acá creo que fue donde se acuñó la frase que repetimos constantemente durante todo el paseo, "el irresponsable de Juan!". Claro "el irresponsable de Juan" no traía absolutamente nada de herramienta o repuesto para la llanta o parches supongo que estaba confiado que nosotros estábamos excesiva y obsesiva mente equipados en ese aspecto, mientras estábamos en esa labor mecánica el sol se ponía y la luz del atardecer con el sol en el ocaso se veía sobre las montañas de la entrada a Tambor.
Luego de las reparaciones de rigor continuamos, en esa época ésta era la peor parte del camino que, no solo era de lastre sino que estaba cubierto de enormes piedras de río que seguramente trajeron para servir de base a la carretera, estos eran los tiempos de las bicis sin suspensión (si existían pero eran muy caras) así que había que aguantar la rudeza del camino con nuestros brazos y con el trasero. No tienen idea del dolor de trasero que nos llevábamos después de los casi 10 kilómetros desde la salida de la cuesta hasta la entrada del pueblo de Tambor. Mucha gente piensa que Tambor es el hotel, que en esos tiempos acababa de ser construido después de haber destruido un humedal para ese efecto, en Los Delfines apenas estaban moviendo tierras (destruyendo más humedales de paso), Tambor es el nombre de la playa y el pueblo que queda a unos 5 kilómetros después de pasar el hotel.
Al final de la Bahía Ballena que es donde se ubica Playa Tambor empezaba la última y más grande de las cuestas que íbamos a encontrar en el camino, "no vean para arriba" diría Fontana (perdimos a Fontana), era un monstruo de lastre de casi 45 grados de inclinación porque apenas estaba abierta la trocha, no había pasado por ahí el agrimensor o el ingeniero, era solo la montaña partida por donde los tractores pudieron meterse, fue todo un calvario subir esa cosa.
Lo grave del asunto además de la pendiente y la elevación era que el lastre estaba todo suelto así que por la carga de las bicis se nos levantaba la llanta delantera y patinaba la llanta trasera con suma facilidad, en realidad esta montaña si me disculpan el francés... nos sacó la mierda.
Cuando llegamos arriba paramos a tomar aire, agua y una barra de granola para tratar de reponer sin éxito lo que la montaña nos había robado.
Cuando empezamos a pedalear de nuevo ya el sol se había puesto aunque aún había algo de luz.
El camino desde la cima de Bahía Ballena hasta Cóbano era una serie de columpios bastante pronunciados aunque era el mejor lastre que encontramos en toda la ruta, bien niveladito con pocas piedras, toda una maravilla, aunque para este punto nos atacó algo que le ha pasado a todos los primerizos en esta ruta, el estrés de no haber llegado todavía.
Si bien es cierto que no veníamos a ritmo de competencia en esa parte apretamos un poco el paso, ya el ácido láctico me empezaba a cobrar factura, traía mucha carga.
Seguíamos pedaleando y después de cada curva le preguntábamos a Juan -"falta mucho?"- con nuestro estrés de "no hemos llegado todavía", es que déjeme que les explique el asunto del viaje a Cabuya en bici, la idea y el espíritu del viaje es dejar todo atrás, el trabajo, la casa, el estudio, el teléfono, las preocupaciones en fin el peso de la vida. El asunto es que a uno le ronque todo, el valeverguismo exacerbado y grandilocuente que nuestro amigo Juan exhibía sin reparos. Después de mucho preguntar cuánto faltaba incluso a un lugareño que haciendo honor a la costumbre del pacífico de decir "ahí nomás a un kilómetro" cuando en realidad fueron 13 (medido con cateye por si las dudas) llegamos al pueblo de Cóbano.
Fue muy gracioso pero en aquella época había una franja de asfalto de unos 500 metros atravesando la parte central del pueblo la cual disfrutamos con voces de "aaaah" debido a lo maltratado que traíamos el trasero después de la pasada por Tambor, en el mismo centro de Cóbano hay una encrucijada que no tiene rótulo alguno (o al menos en esas épocas no tenía) y solo teníamos la dudosa frase -"creo que era por acá"- proveniente de Juan para doblar a la izquierda y seguir pedaleando, según un rótulo de la carretera faltaban 11 kilómetros para llegar a Montezuma. Eso fue incentivo suficiente para apretar el paso una vez más, para ese momento ya era de noche y solo teníamos nuestros miserables foquitos de pilas para alumbrar el camino.
En ese camino hay una cosa curiosa, uno tiene que pasar por el cementerio de cóbano y de todas las veces que he pasado por ahí de noche , siempre hay un pequeño manto de neblina en el lado del cementerio y el aire está algo frío, en serio no miento.
Había poca iluminación artificial de camino y la luna apenas empezaba el creciente, no veíamos mucho pero teníamos muchas ganas de llegar.
Llegamos a una pequeña loma y Master y Juan nos dijeron que nos preparáramos para bajar, no se veía nada y Sergio y yo nunca habíamos estado allí, no nos imaginamos la clase de CAÍDA LIBRE que era entrar a Montezuma, una bajada tan empinada y de puro lastre que hacía los frenos de poder de las bicis casi ineficaces, conforme bajábamos casi a ciegas se nos entumían las manos y los antebrazos por venir pegados de los frenos, cuando ya la pendiente estuvo menos elevada y había más iluminación soltamos los frenos con más confianza, además... habíamos llegado a Montezuma!!!
Entramos como una exhalación cubiertos por completo de polvo con nuestras bicis cargadas y seguimos hasta el frente del hotel, donde uno detrás del otro frenamos derrapando la llanta trasera, el último fue Juan y justo en el momento que la bici se detuvo por completo BAM! suena el estallido de la llanta trasera por todo el pueblo! JAJAJA no pudimos hacer más que morirnos de la risa con todo el resto de la gente que andaba por ahí.
Como estábamos enfrente de la pizzería era de rigor una pizza y una birra para celebrar nuestra travesía, un viaje muy especial para nosotros, no ha sido el más largo ni el más rápido, simplemente uno de los más divertidos y especiales que he tenido la suerte de compartir con mis grandes amigos, amigos de siempre... mis amigos del Club de los Pipirinos.
La historia no termina acá, este solo fue el viaje de ida, quedan todavía más memorias y más momentos que serán tema de:
El Club de los Pipirinos (Parte III)
Ya le habíamos contado la historia de nuestro primer viaje a todos los del equipo de natación, así que cuando le mencionamos a Juan que pensábamos ir a Montezuma no lo dudó en unirse al grupo. Juan estaba pasando por un momento de irresponsabilidades (creo que igual que todos nosotros en realidad) así que se acopló perfectamente en el espíritu de aventura. A Fontana (Iván) lo perdimos... para este viaje no se apuntó.
En esta ocasión estábamos un poco mejor equipados en el departamento de bicicletas, ya todos teníamos bicis tipo mountain bike y mas o menos teníamos una idea de cómo llevar las cosas necesarias.
Y Juan? Resulta que Juan no tenía bici y había que conseguirle una, así que llegó a mi casa para que mi papá le armara una. Mi padre hizo lo que pudo ante la premura porque Juan quería llevarse la bici ese mismo día , así que cuando mi tata le preguntó si le quería poner frenos de poder atrás , el Juancho le dijo que no que así se iba, jaja Juan es un tipo sin complicaciones no se iba a esperar que le hicieran el trabajo de soldadura que requería el juego de frenos, así pues salió con su flamante bici con frenos de poder adelante solamente.
Master afortunadamente decidió no usar La Mosca en esta travesía, ya para ese momento tenía una mountain bike normal también.
Así que para este viaje estábamos Master, Sergio, Juan y yo prácticamente sin hacer ningún plan previo, solo sabíamos la ruta que íbamos a seguir, que nos íbamos a quedar en el terreno que Juan y sus hermanos tenían en Playa Cabuya en el que tenían planeado construir una casa de playa y que la distancia a recorrer era de 150 Kilómetros desde San José.
En esta ocasión teníamos un equipo de ruta, Juan había mandado a su novia y su hermana acompañadas de un par de amigos en "Carlitos", cargando su equipaje y tiendas. Carlitos era el GMC viejo que Juan y su hermano usaban mancomunadamente para sus asuntos, una enorme máquina de tragar gasolina.
Master , Sergio y yo cabezonamente por supuesto nos negamos a mandar todo nuestro equipaje en el carro "hay que llevarlo en la bici!!!" decíamos.
El plan era salir desde Heredia, de la casa de los papás de Master que muy amablemente aceptaron al cuarteto de locos con sus bicis que pernoctaran en su sala, era más práctico que salir de San José.
Master y yo salimos de Cartago en la noche para encontrarnos en San José con Sergio para seguir hasta Heredia, Juan llegaba a casa de los papás de Master en Carlitos.
A pesar que ahora estábamos un poco mejor equipados había un aspecto en el que todavía pasaría algo de tiempo antes que lo solventáramos, la iluminación.
Llevábamos unos foquitos de mano amarrados al manubrio de la bici, una luz tan tenue que incluso a oscuras apenas y se notaba, nos dimos cuenta de eso Master y yo en la pista de Cartago a San José porque en esa época todavía no contaba con la iluminación pública que tiene ahora, apenas y lográbamos que brillaran un poco los ojos de gato de la carretera cuando no venían carros, para colmo por ser diciembre la pista no estaba transitada (en esa época no existía Terramall) y se nos pusieron al corte unos perros en la parte más oscura.
Pasamos a casa de los Alvarez para encontrarnos con Sergio que ya estaba listo y después que sus papás bajaron a todos los santos salimos rumbo a Heredia.
Master escogió la ruta para salir de San José más pintoresca... por avenida 8, justo cuando íbamos pasando por los chinchorros de bares más weisos de todos se me cae la cocina de gas, tuve que devolverme a levantarla y yo hasta que sentía la puñalada cuando me fueran a robar la bici. Por dicha eso no pasó.
Subimos hasta Heredia a casa de la familia Espinoza Brenes donde fuimos bien recibidos (no nos conocían mucho). Más tarde llegó Juan que lo venían a dejar en carro y nos dimos cuenta de un detalle.
Con la experiencia del viaje anterior Master, Sergio y yo habíamos acumulado una serie de equipo básico para pedalear, cascos, herramientas, accesorios para llevar botellas de agua, etc. de repente miramos a Juan y nada!
Juan no llevaba nada! ni siquiera un casco protector, así que Master le prestó un casco de esos que se usaban en el tiempo de upa antes que se usaran los cascos duros que consistía en unas tiras de material acolchado que cubrían la cabeza a manera de gorrito. No protegía mucho en realidad, pero Juan se veía bastante ridículo así que valía el boleto.
No dormimos mucho la verdad, pura ansiedad , nos quedamos hablando paja hasta tarde la verdad ni me acuerdo si dormí o no el asunto es que ese día de diciembre de 1992, salimos a las 4am de Heredia rumbo a Playa Cabuya, nos quedaban 150 kilómetros por recorrer.
La pista pasó sin pena ni gloria, asfalto aburrido todavía sin luz de sol, solo nos dedicamos a pedalear y tratar de calentar en el frío de la madrugada alistando las piernas para cuando llegáramos a La Garita.
Después del cruce de Manolos el camino era más interesante, ya no era autopista y ya huele a leña quemada de fogón en algunos lugares, tuvimos que bajar con cuidado La Garita porque todavía estaba oscuro y la bajada y las curvas son muy pronunciadas.
Una vez que pasamos el puente de la represa de La Garita... a subir!!!
El toque era montar ritmo para subir tranquilos, no era una carrera y quedaba mucho camino, aproximadamente a un kilómetro de Atenas paramos para ver el amanecer mientras nos quitábamos las jackets que nos protegieron del frío de la madrugada, cambiar los lentes transparentes por los lentes de sol para protegerse de los rayos ultravioleta y tomar unos tragos de hidratante y seguimos pedaleando.
La ruta a seguir era por Caldera desde Orotina siguiendo la costanera hasta Puntarenas, tomar la lancha que desembarca en Paquera y de ahí a Montezuma/Cabuya.
Al salir de madrugada la idea era no tener que lidiar con el sol mientras subíamos el Monte del Aguacate, fue un éxito el sol apenas empezaba a salir cuando llegamos a Atenas de ahí son pocos kilómetros antes de llegar a la cima, eso si, la última cuesta es bastante empinada pero lo logramos, unos maes en bicis de ruta y sin equipaje nos rayaron antes de llegar a la cima... muy amablemente los dejamos pasar.
Nos agrupamos arriba y nos preparamos para bajar, una vez más... "borrosos", bajamos como una exhalación, el peso del equipaje le da un impulso extra a la bici en las bajadas, al cabo de un rato uno de los maes que nos rayó arriba estaba haciendo presa en el zanjón al lado del espaldón, pollo.
No pasó mucho tiempo para que llegáramos a San Mateo, nosotros no tuvimos "percances", y unas cuantas cuestas pequeñas más antes de llegar y luego seguir bajando a Orotina.
Llegamos al cruce de Orotina cuando apenas abrían los puestos de frutas faltaban pocos minutos para las 6am así que aprovechamos y paramos para desayunar.
Nos sentamos en una de las sodas del cruce y el señor que nos atendió muy amable, pedimos el pinto con huevo de rigor.
Orotina es la tierra de las frutas y cuando a uno le dicen -"les vamos a servir su desayuno con juguito de naranja natural"- a uno hasta que se le hace la boca agua de pensar en el sabor dulce de la naranja recién exprimida con todo y su pulpa, con eso ni siquiera molesta encontrarse una que otra semilla.
Pues bien nos traen el desayuno, que por su tamaño pensamos que era una broma y además el famosísimo juguito de naranja natural no era otra cosa que jugo tetra brik de Dos Pinos en un vasito plástico del más chiquitillo que puedan encontrar, yo calculo que todos nuestros "juguitos de naranja natural" salieron del mismo cartón de 500ml. De esta experiencia y de la del viaje anterior se desprende una nueva lección para los que hacen "touring" en bicicleta, no se metan a comer en lugares turísticos.
Como no habíamos quedado muy satisfechos con el desayunito, decidimos rellenar el vacío con fruta.
Acá si no hay reclamo, fruta de primera, sandía , papaya y melón, una delicia. Una vez que quedanos satisfechos cargamos agua, mucha agua, porque ya estaba empezando a picar el calor y teníamos que pedalear la costanera hacia Puntarenas.
Ustedes no tienen idea de lo árido que es ese camino, especialmente cuando conforme uno pedalea el sol va subiendo acercándose al mediodía, yo llevaba en total distribuido en las ánforas de la bicicleta casi 3 litros entre agua e hidratante, cuando pasamos por Caldera estaba completamente seco, apretamos el paso una vez que pasamos Barrancas, teníamos que llegar al muelle de la lancha antes que saliera la de las 11:30 porque sino tendríamos que esperar hasta las 3pm.
Llegamos apenas a las 11:30am después de haber emplatonado las bicis para apretar el paso mientras veíamos que la lancha se iba.
Afortunadamente debido a la gran cantidad de gente de la época, habían puesto otra lancha para las 12 mediodía, asi que tuvimos tiempo de ir a comprar los tiquetes y luego subir con calma a la lancha, lo mejor de todo es que como tienen que acomodar la carga, a nosotros nos dejaron colarnos de primeros con las bicis.
Tengo que mencionar un pasaje especial, viajamos en la vieja y famosa "Paquereña" la cual no se cuántos años llevaba ya haciendo cabotaje desde Puntarenas al puerto de Paquera, era un viejo barco de madera de unos 15 metros de eslora, madera cuya veta ya no se podía encontrar bajo las capas sucesivas de pintura brillante que había recibido con el paso de los años para tratar de vencer la corrosión del agua salada, en la popa (parte posterior) estaban las máquinas y la cabina de la tripulación que sobresalía en la parte superior, además de un baño y una pequeña soda con neveras de refrescos y chucherías de bolsita, galletas y otras cosas poco nutritivas para picar. Las cubiertas de arriba y abajo tenían filas de bancas de madera orientadas hacia lo largo del barco donde se acomodaba gente, en la cubierta inferior más gente, carga ,motos, bicis y animales si ese era el caso, un techo sobre toda el área de la cubierta protegía a los pasajeros del sol del pacífico mientras por sus costados dejaba pasar la brisa del mar.
La "Paquereña" cumplió el máximo de su vida útil y fue sustituida por otra lancha de dimensiones similares y fue hundida para crear un arrecife artificial, creo que fue en el 2004, pero me considero afortunado de poder contar que alguna vez viajamos en una pequeña parte de la historia del puerto y que en este momento está creando nueva vida en las profundidades del Golfo de Nicoya, un nuevo inicio para la vieja lancha.
El apacible viaje en la lancha duraba una hora, al salir y tomar velocidad contra la corriente grupos de gaviotas acompañaban a la lancha en sus costados, mas tarde nos dimos cuenta que la causa era que la gente les arrojaba pedazos de pan, picaritas , meneítos y otros venenos. Es un bonito viaje pero por el cansancio y la falta de sueño de la noche anterior después de un rato caí inconsciente, creo que fue después de pasar la isla de San Lucas.
Desperté poco antes de tocar puerto del lado de Paquera, es interesante ver la maniobra de amarre de la lancha, en esa época no estaba el desembarcadero moderno del ferry, solo una vieja terminal en un edificio de madera y como la lancha no podía amarrar en el muelle del ferry el atracadero no era mas que una saliente de concreto en la que ponían un tablón y ahí había que jugársela para bajar con la bici.
Esperamos a que los pasajeros se atropellaran para salir y salimos de últimos, la gente se aglomeraba hacia los buses que iban hacia Cóbano y Montezuma que siempre esperan la llegada de la lancha, nosotros como llevábamos nuestro medio de transporte no teníamos esas prisas, revisamos y re-acondicionamos la carga que se había desacomodado con el viaje y la carga-descarga de la lancha y empezamos a pedalear hacia el pueblo de Paquera que queda aproximadamente a kilómetro y medio del embarcadero siguiendo una calle que en esa época era toda de lastre y piedra suelta que hacía que nos patinaran las ruedas cuando subíamos la pequeña montaña que hay entre el embarcadero y el pueblo.
Lo primero que se nos hizo evidente fue el contraste entre lo urbano de Puntarenas y este nuevo paisaje, aún hoy con su calle de asfalto, se tiene la sensación de un lugar diferente.
Cuando llegamos a Paquera ya era pasado el mediodía así que buscamos un lugar para almorzar, encontramos un pequeño restaurante a la vuelta del salón comunal que afortunadamente no era turístico, comimos bien y barato.
Luego de comer pasamos a comprar botellas de agua para llenar las ánforas para el viaje y pasada la una de la tarde salimos de Paquera, el sol empezaba a bajar así que la temperatura era más gentil conforme avanzamos, para los que conocen esa ruta debo decirles que por esos años el asfalto solo existía solo en el pueblo de Paquera, a partir de ahí olvídese, todo era puro lastre y no necesariamente del lastre bonito.
Después del relato del primer viaje Juan me dijo que mis problemas de desperfectos de bicicleta eran endémicos por eso de andar jugando de mecánico, pues si tal vez tenía razón, antes de salir en este viaje mi difunto padre me sugirió que le cambiara la cadena a la bicicleta que esa estaba muy gastada y yo no le hice caso como hijo bueno... craso error, después de verse forzada en el viaje y con la acumulación de tierra del camino pronto empezó a rechinar como un tanque ruso y no faltó mucho para que la cadena se reventara.
Juan se asustó un poco porque pensó que ese era el fin del paseo, pero simplemente saqué mis herramientas y reparé la cadena, si fue algo incómodo por la carga de la bici pero no fue muy grave , lo que si perdimos fue tiempo y luz de sol.
Después de recordar la incomodidad que me deparó ser un hijo desobediente seguimos pedaleando hacia la primera gran cuesta del viaje de ida, en esa ruta hay alrededor de 3 grandes subidas que no son de gran importancia para los que viajan en carro, pero cuando uno viaja en bicicleta con el equipaje, cada grado de inclinación de la pendiente se siente hasta en las raíces del pelo, pero claro por cada subida hay una bajada y aquí es cuando entra en escena nuestro amigo Juan.
Como había dicho anteriormente el Juancho estaba pasando por un momento de irresponsabilidades, así que nadie se podía tomar este viaje más a la ligera. en esas bajadas de lastre suelto él solo rebotaba en su bicicleta cagado de la risa (su carcajada característica, esa risa en staccato reconocible a kilómetros de distancia) después de esa gran cuesta seguía un plano que pasa por playa Pochote y luego otra de las cuestas grandes antes de llegar a Tambor.
Acá nos pasó algo curioso, como ya se estaba poniendo el sol la visibilidad no era muy buena y hasta ahora habíamos transitado en lastre recién nivelado que si bien tiene alguno que otro hueco y algunas piedras, es bastante transitable, a esas horas ya con el sol en el poniente se veía como una franja blanca en frente de nosotros. Luego de la trabajosa subida de la cuesta antes de Tambor, venía la recompensa de la bajada, a la distancia y en la poca luz de día que quedaba nos llamó la atención que el lastre cambiaba de color más abajo, aún así y como de costumbre nos dejamos ir en caída libre.
A toda velocidad y casi llegando abajo de la cuesta nos dimos cuenta que el cambio de color obedecía también al cambio de tamaño de las piedras del lastre... pasamos de una suave polvareda a lágrimas como de 5 pulgadas de diámetro, algunos eran cantos rodados pero otras eran piedras de quebrador menos "redonditas" e igual de grandes. Era muy tarde para meter los frenos, a esa velocidad lo que íbamos a hacer era derrapar y caer aparatosamente, así que apretamos los dientes y arremetimos contra las piedras.
Ustedes no tienen idea lo que se siente venir a aprox. 60kph y entrar en una calle llena de piedras que como mínimo tenían el tamaño de una bola de baseball.
Pero claro, lo más gracioso fue ver pasar a Juan dando tumbos cagado de risa mientras gritaba -"Qué loco las mountain! por todo lado se meten! JAJAJA"- sin siquiera detenerse a pensar que su única protección era un casco del tiempo de upa hecho de tiritas de material acolchonado y al llegar a abajo, nada más escuchamos el característico sonido del neumático de la bici cuando revienta.
Solo nos volvimos a ver las caras polvorientas y soltamos la carcajada.
A esas alturas yo seguía teniendo problemas con la cadena de la bici, conforme se acumulaba la arena revuelta con aceite se hacía más difícil pedalear, así que mientras yo trataba de limpiar mi cadena Master le reparaba la llanta reventada a Juan, acá creo que fue donde se acuñó la frase que repetimos constantemente durante todo el paseo, "el irresponsable de Juan!". Claro "el irresponsable de Juan" no traía absolutamente nada de herramienta o repuesto para la llanta o parches supongo que estaba confiado que nosotros estábamos excesiva y obsesiva mente equipados en ese aspecto, mientras estábamos en esa labor mecánica el sol se ponía y la luz del atardecer con el sol en el ocaso se veía sobre las montañas de la entrada a Tambor.
Luego de las reparaciones de rigor continuamos, en esa época ésta era la peor parte del camino que, no solo era de lastre sino que estaba cubierto de enormes piedras de río que seguramente trajeron para servir de base a la carretera, estos eran los tiempos de las bicis sin suspensión (si existían pero eran muy caras) así que había que aguantar la rudeza del camino con nuestros brazos y con el trasero. No tienen idea del dolor de trasero que nos llevábamos después de los casi 10 kilómetros desde la salida de la cuesta hasta la entrada del pueblo de Tambor. Mucha gente piensa que Tambor es el hotel, que en esos tiempos acababa de ser construido después de haber destruido un humedal para ese efecto, en Los Delfines apenas estaban moviendo tierras (destruyendo más humedales de paso), Tambor es el nombre de la playa y el pueblo que queda a unos 5 kilómetros después de pasar el hotel.
Al final de la Bahía Ballena que es donde se ubica Playa Tambor empezaba la última y más grande de las cuestas que íbamos a encontrar en el camino, "no vean para arriba" diría Fontana (perdimos a Fontana), era un monstruo de lastre de casi 45 grados de inclinación porque apenas estaba abierta la trocha, no había pasado por ahí el agrimensor o el ingeniero, era solo la montaña partida por donde los tractores pudieron meterse, fue todo un calvario subir esa cosa.
Lo grave del asunto además de la pendiente y la elevación era que el lastre estaba todo suelto así que por la carga de las bicis se nos levantaba la llanta delantera y patinaba la llanta trasera con suma facilidad, en realidad esta montaña si me disculpan el francés... nos sacó la mierda.
Cuando llegamos arriba paramos a tomar aire, agua y una barra de granola para tratar de reponer sin éxito lo que la montaña nos había robado.
Cuando empezamos a pedalear de nuevo ya el sol se había puesto aunque aún había algo de luz.
El camino desde la cima de Bahía Ballena hasta Cóbano era una serie de columpios bastante pronunciados aunque era el mejor lastre que encontramos en toda la ruta, bien niveladito con pocas piedras, toda una maravilla, aunque para este punto nos atacó algo que le ha pasado a todos los primerizos en esta ruta, el estrés de no haber llegado todavía.
Si bien es cierto que no veníamos a ritmo de competencia en esa parte apretamos un poco el paso, ya el ácido láctico me empezaba a cobrar factura, traía mucha carga.
Seguíamos pedaleando y después de cada curva le preguntábamos a Juan -"falta mucho?"- con nuestro estrés de "no hemos llegado todavía", es que déjeme que les explique el asunto del viaje a Cabuya en bici, la idea y el espíritu del viaje es dejar todo atrás, el trabajo, la casa, el estudio, el teléfono, las preocupaciones en fin el peso de la vida. El asunto es que a uno le ronque todo, el valeverguismo exacerbado y grandilocuente que nuestro amigo Juan exhibía sin reparos. Después de mucho preguntar cuánto faltaba incluso a un lugareño que haciendo honor a la costumbre del pacífico de decir "ahí nomás a un kilómetro" cuando en realidad fueron 13 (medido con cateye por si las dudas) llegamos al pueblo de Cóbano.
Fue muy gracioso pero en aquella época había una franja de asfalto de unos 500 metros atravesando la parte central del pueblo la cual disfrutamos con voces de "aaaah" debido a lo maltratado que traíamos el trasero después de la pasada por Tambor, en el mismo centro de Cóbano hay una encrucijada que no tiene rótulo alguno (o al menos en esas épocas no tenía) y solo teníamos la dudosa frase -"creo que era por acá"- proveniente de Juan para doblar a la izquierda y seguir pedaleando, según un rótulo de la carretera faltaban 11 kilómetros para llegar a Montezuma. Eso fue incentivo suficiente para apretar el paso una vez más, para ese momento ya era de noche y solo teníamos nuestros miserables foquitos de pilas para alumbrar el camino.
En ese camino hay una cosa curiosa, uno tiene que pasar por el cementerio de cóbano y de todas las veces que he pasado por ahí de noche , siempre hay un pequeño manto de neblina en el lado del cementerio y el aire está algo frío, en serio no miento.
Había poca iluminación artificial de camino y la luna apenas empezaba el creciente, no veíamos mucho pero teníamos muchas ganas de llegar.
Llegamos a una pequeña loma y Master y Juan nos dijeron que nos preparáramos para bajar, no se veía nada y Sergio y yo nunca habíamos estado allí, no nos imaginamos la clase de CAÍDA LIBRE que era entrar a Montezuma, una bajada tan empinada y de puro lastre que hacía los frenos de poder de las bicis casi ineficaces, conforme bajábamos casi a ciegas se nos entumían las manos y los antebrazos por venir pegados de los frenos, cuando ya la pendiente estuvo menos elevada y había más iluminación soltamos los frenos con más confianza, además... habíamos llegado a Montezuma!!!
Entramos como una exhalación cubiertos por completo de polvo con nuestras bicis cargadas y seguimos hasta el frente del hotel, donde uno detrás del otro frenamos derrapando la llanta trasera, el último fue Juan y justo en el momento que la bici se detuvo por completo BAM! suena el estallido de la llanta trasera por todo el pueblo! JAJAJA no pudimos hacer más que morirnos de la risa con todo el resto de la gente que andaba por ahí.
Como estábamos enfrente de la pizzería era de rigor una pizza y una birra para celebrar nuestra travesía, un viaje muy especial para nosotros, no ha sido el más largo ni el más rápido, simplemente uno de los más divertidos y especiales que he tenido la suerte de compartir con mis grandes amigos, amigos de siempre... mis amigos del Club de los Pipirinos.
La historia no termina acá, este solo fue el viaje de ida, quedan todavía más memorias y más momentos que serán tema de:
El Club de los Pipirinos (Parte III)
Sunday, September 5, 2010
El Club de los Pipirinos (Parte I)
Recordando cosas de esas que uno hace y que nadie le cree, una de las que más frecuentemente me viene a la mente es la de cuando un grupo de amigos del Tecnológico y yo empezamos con la costumbre de irnos a la playa en bici.
El primer viaje fue un experimento desde todo punto de vista, la mayoría de nosotros habíamos competido en ciclismo o triathlon aunque todos éramos en principio nadadores y no ciclistas, el problema de llevar el equipaje, donde dormir, qué comer, etc. Todo era nuevo para nosotros.
Para ese primer experimento decidimos ir a una playa cercana en la época de Semana Santa, el lugar escogido fue Playa Herradura en el cantón de Garabito en Puntarenas que además de estar cerca se puede acampar y hay comercios cercanos.
En esa época todos estábamos mal equipados para hacer viajes y Sergio era el único que tenía una bici tipo Mountain Bike, Iván y Yo íbamos en bicis de ruta y Master (conocido como Alberto Espinoza) en "La Mosca".
La Mosca era un interesante híbrido entre una BMX y una bici de ruta, no era ninguna de las dos y no se parecía a nada que ud. pueda encontrar en ningún lado, un Frankenstein hecho bicicleta, una mezcla de todo pero sin ser similar a niguno de los orígenes de sus partes, era pues otro de los muchos experimentos hechos para ese viaje.
De mi parte mi preocupación fue por el equipaje y el equipo de acampar, tenía que ser fácil de llevar en la bicicleta y con el menor peso posible, mi primera idea fue "no llevar nada a cuestas, llevar todo en la bici", la experiencia de años siguientes me demostró que esa fue una sabia ruta a seguir y una recomendación que siempre le doy a los que quieren hacer "touring" por primera vez.
Como para el viaje no pude encontrar un "rack" de aluminio ni maletines adecuados tuve que usar un "rack" de metal con maletines hechos (adaptados) a mano, lo cual hizo que el asunto del peso no fuera óptimo en realidad. Para acampar, llevaba una hamaca militar, un toldo de tienda de campaña, una tortuga (ollas platos y utensilios en un solo paquete tipo militar) de aluminio y una cocina pequeña de gas.
Así pues salimos en Semana Santa de 1992 hacia Herradura, Sergio Alvarez, Alberto Espinoza (Master), Ivan Fontana y Yo en bicicleta hacia Playa Herradura. También iba, pero no en bici, Mauricio Álvarez (el hermano de Sergio).
Cabe mencionar que muy "atinadamente" "escogimos" el día del equinoccio de verano, que en Costa Rica gracias a que nuestro hermoso país está tan cerca del ecuador hace que los rayos solares caigan perpendicularmente a mediodía, además es el día más largo y caliente del año Y NOSOTROS PEDALEAMOS ESE DÍA!!!, para ser exactos en horas del mediodía estábamos pasando por Carara sin sombra y casi sin agua.
Pero no nos adelantemos, nuestro primer encuentro con el Monte del Aguacate también fue bien interesante.
La subida fue por demás tranquila en el sentido que íbamos de madrugada (habíamos salido a las 5 am de San José) así que en la mayoría del trayecto no llevábamos el pesado sol del equinoccio en nuestras espaldas, si extenuante, la falta de costumbre de llevar equipaje nos hizo parar a tomar aire, "no vuelvan a ver para arriba!" decía Iván de vez en cuando. Una vez que llegamos arriba descansar unos minutos, tomar agua y CAÍDA LIBRE!!!
La bajada del Aguacate fue toda una aventura, de ahí acuñamos la frase "bajamos borrosos" porque ahí se puede ver hasta abajo toda la carretera y saber si vienen carros, así que es cuestión de dejarse ir y uno sabe desde bastante distancia si viene algún carro en el carril contrario, los carros que iban bajando en realidad son nada más un estorbo, solo los rayábamos cuando era posible. Al llegar abajo otra de nuestras frases favoritas "tuvimos que esperar al ángel de la guarda que nos alcanzara" jajaja.
En Orotina comimos frutas para desayunar y recargamos agua (aunque después nos dimos cuenta que no era sificiente) y a pedalear en el ahora sí candente sol de la costa con rumbo a herradura.
Algunos eventos no están tan claros en mi memoria , especialmente porque para el mediodía y con el sol abrasador del pacífico sur íbamos pedaleando como zombies y por supuesto nos empezaron a sonar las tripas del hambre.
Paramos en uno de esos restaurantes a la orilla de la carretera creo que después de Tárcoles, no recuerdo el nombre desgraciadamente, porque luego nos dimos cuenta del horrible garrotazo que nos dieron en la nuca con precios para turistas gringos en nuestros bolsillos de estudiantes pobres.
Después de la comida no nos sentíamos muy satisfechos por el dolor de billetera.
Continuamos pedaleando, al pasar por una de esas partes donde la costanera se aleja un poco de la costa y hay alguna pequeña montaña que subir nos encontramos un hato de ganado cebú, casi todos toretes, cuando Sergio e Iván pasaron rápidamente , algo en las bicicletas les asustó y empezaron a hacer cabriolas y a brincar por todo lado, Master y yo continuamos pedaleando inmóviles esperando que ninguno se sintiera muy valiente como para cornear una bici ( que por fortuna no sucedió).
Con todo esto alrededor de las 3 de la tarde llegamos a Playa Herradura, en esa época desde la entrada de la carretera hasta la playa todavía era calle de lastre así que Iván y yo que íbamos en bicis de ruta, tuvimos que entrarle con cuidado para no pinchar.
Buscamos un lugar apropiado en la playa para montar el campamento y justo allí cuando paramos fue cuando hicimos conciencia de que estábamos aproximadamente a 130km de San José con únicamente nuestras bicis como transporte de regreso, puede sonar muy simple y la verdad algunos de nosotros ya habíamos pedaleado distancias similares en entrenamientos, pero esto era diferente. Cuando uno hacía un "fondo" de bici al final de la jornada uno estaba en su casa, donde comía se echaba un baño y se iba a dormir o a ver tele, acá no había casa, el baño era alquilado y no había tele, además para regresar había que pedalear toda la distancia de nuevo.
Después de varios viajes (en el segundo viaje incluso) eso ya no importa, se hace algo normal, pero esta era nuestra primera aventura de este tipo así que uno lo reflexiona por un rato.
Para muchos, que no nos conocen, les puede intrigar el título de este post "El Club de los Pipirinos", bueno a partir de acá vamos a empezar a explicar de que se trata.
Solo como antecedente, los Pipirinos eran unos personajes de un corto educativo del programa "Plaza Sésamo" la versión latina de "Sesame Street" que supongo que tenía como objetivo enseñar a los niños a restar, empezaba por 10 Pipirinos que al son de una rima iban teniendo una serie de accidentes e iban reduciendose en número hasta que solo quedó uno.
Al día siguiente nos dedicamos a las actividades de playa normales, nadar , hacer "pellejo surfing" (o sea surf sin ninguna tabla mas que el cuerpo de uno), comer y dormir, el día después íbamos a partir de regreso a San José.
En la tarde de ese día fue cuando los elementos la emprendieron en contra nuestra.
El oleaje por el clima tempestuoso se puso bastante fuerte , algo poco común en herradura, nosotros ... felices a fin de cuentas hacía el mar más divertido, pero una de esas grandes olas revolcó a Mauricio y le desmontó la rodilla.
Era una vieja lesión y algo que ya le había pasado pero el asunto era que había que montarle la rodilla de nuevo.
Ya había anochecido y llovía a cántaros, Master y yo usamos hamacas con toldo para dormir, Sergio,Mauricio e Iván usaron una pequeña tienda de campaña. Yo solo podía escuchar mientras Master y Sergio trataban de montar la rodilla de Mauricio.
A muchos les podrá parecer algo trágico pero en realidad debido al carácter de Mauricio era algo jocoso cuando uno lo que oía era "es que se me olvido el manual de armado en la choza". Bueno fue hasta la madrugada que lograron montarle otra vez la rodilla, Mauricio fue el primer Piririno en caer... y quedaban 4.
Muy de mañana y apenas saliendo el sol, empapados porque en realidad la lluvia fue tan copiosa que los toldos y tiendas no lograron refugiarnos mucho, nos dispusimos a tomar un desayuno para poder emprender el viaje de regreso a San José, Mauricio aunque todavía renqueaba como no andaba en bici podía tomar el bus, aunque si tenía que caminar todo el trayecto hasta la carretera que era donde paraba el bus, Master, Ivan, Sergio y yo tomamos las bicis y empezamos a pedalear. Uno de mis experimentos con maletines hechos en casa para viajes fracasó exitosamente y se desarmó en pedazos por el viaje y la lluvia, por fortuna una tía mía estaba veraneando en Herradura y pude mandar algunas cosas con ella que no me cabían en el maletín que restaba.
Para las personas que acostumbran viajar unicamente en carro el trayecto de Herradura a Orotina les puede parecer "todo plano", claro llevan el motor de un carro que los impulsa, cuando uno viaja en bici, las pendientes y montañas tienen otro punto de vista pues la fuerza para subir y moverse viene de nuestras propias piernas, en realidad el camino de Herradura a Orotina es lo que los ciclistas llaman un "columpio" ascendente, hay pequeñas subidas y bajadas y siempre se dirige uno hacia una zona más alta, cada pequeña subida requiere un extra de energía.
Aquí perdimos al siguiente Pipirino, a pesar de haber tenido la suerte de encontrar un puesto de agua de pipa en medio del desierto (en verdad el lugar era árido, sin sombra, en subida y nada en kilómetros a la redonda) cuando llegamos a Orotina Iván nos dijo que tiraba la toalla y que iba a cargar la bici en un bus y se iba de regreso por ese medio, eso fue más un asunto sicológico en realidad, en estos viajes eso pesa más que el cansancio físico y después de una noche sin dormir me imagino que la subida del Monte del Aguacate por su lado más empinado no es muy auspiciosa... ahora solo quedaban 3 Pipirinos.
Llegamos a la base del Aguacate y a empezar a subir "no vuelvan a ver para arriba" diría el finado Iván.
Llevábamos pocos minutos de empezar a subir cuando sentí el primer pinchonazo de mi bici. Ok... un pinchonazo, que pereza, pero bueno a parchar el neumático y a seguir pedaleando, era algo normal que estábamos habituados a hacer, excepto que minutos más tarde volvió a ocurrir!
Sería muy largo el relato si los detallo todos pero fueron en total 11 pinchonazos, cada vez uno de nosotros probaba su turno por si era que alguno había reparado mal la la llanta, al 10mo pinchonazo yo solté un grito de estress que hizo volar los pajaritos del monte, jajaja, ya estaba harto de pinchar.
Hay un punto en el aguacate donde la pendiente es especialmente empinada y al final de la cuesta hay un pueblito llamado Desmonte, ahí fue donde el último pinchonazo sucedió y ya sin parches para arreglar el neumático ( y harto de hacerlo) decidí llamar a mi casa para que me vinieran a recoger, mi padre que en paz descanse con infinita paciencia vino por mí y mi bici, la autopsia del artefacto nos reveló mas tarde que el mae del ciclo donde llevé a armar los aros había dejado algunos radios sobresaliendo dentro de la cinta y que pegaban directamente en el neumático.
Yo fui el 3 Pipirino en caer... solo quedaron 2.
Master y Sergio continuaron el camino ya bastante tarde por el atraso de los pinchonazos así que para cuando iban bajando a la Garita les había caído la noche.
Una vez mas hay que recordar que en estos viajes primerizos el equipo usado era algo menos que apropiado así que ninguno cargaba luz de halógeno o algo parecido, Master y Sergio solo llevaban un foco de baterías pequeño común. Eso en carretera que no tiene mercurios equivale a nada, solo sirve para que los carros que vienen de frente sepan que viene una bici por la pequeña luz, el ciclista se la tiene que jugar como un vikingo porque en realidad no se ve nada, y aquí es donde casi perdemos al último Pipirino, Sergio no logró ver el borde de la carretera y casi sigue derecho hacia el precipicio, afortunadamente este último no pasó, pero para efectos nuestros fue un Pipirino más ( o menos en realidad ).
El asunto es que Master y Sergio terminaron la accidentada travesía, nuestro primer experimento y el bautizo del Club de los Pipirinos que forjó amistades que han perdurado más de 20 años y que aún recordamos.
[Disfrute la segunda parte de El Club de los Pipirinos]
El primer viaje fue un experimento desde todo punto de vista, la mayoría de nosotros habíamos competido en ciclismo o triathlon aunque todos éramos en principio nadadores y no ciclistas, el problema de llevar el equipaje, donde dormir, qué comer, etc. Todo era nuevo para nosotros.
Para ese primer experimento decidimos ir a una playa cercana en la época de Semana Santa, el lugar escogido fue Playa Herradura en el cantón de Garabito en Puntarenas que además de estar cerca se puede acampar y hay comercios cercanos.
En esa época todos estábamos mal equipados para hacer viajes y Sergio era el único que tenía una bici tipo Mountain Bike, Iván y Yo íbamos en bicis de ruta y Master (conocido como Alberto Espinoza) en "La Mosca".
La Mosca era un interesante híbrido entre una BMX y una bici de ruta, no era ninguna de las dos y no se parecía a nada que ud. pueda encontrar en ningún lado, un Frankenstein hecho bicicleta, una mezcla de todo pero sin ser similar a niguno de los orígenes de sus partes, era pues otro de los muchos experimentos hechos para ese viaje.
De mi parte mi preocupación fue por el equipaje y el equipo de acampar, tenía que ser fácil de llevar en la bicicleta y con el menor peso posible, mi primera idea fue "no llevar nada a cuestas, llevar todo en la bici", la experiencia de años siguientes me demostró que esa fue una sabia ruta a seguir y una recomendación que siempre le doy a los que quieren hacer "touring" por primera vez.
Como para el viaje no pude encontrar un "rack" de aluminio ni maletines adecuados tuve que usar un "rack" de metal con maletines hechos (adaptados) a mano, lo cual hizo que el asunto del peso no fuera óptimo en realidad. Para acampar, llevaba una hamaca militar, un toldo de tienda de campaña, una tortuga (ollas platos y utensilios en un solo paquete tipo militar) de aluminio y una cocina pequeña de gas.
Así pues salimos en Semana Santa de 1992 hacia Herradura, Sergio Alvarez, Alberto Espinoza (Master), Ivan Fontana y Yo en bicicleta hacia Playa Herradura. También iba, pero no en bici, Mauricio Álvarez (el hermano de Sergio).
Cabe mencionar que muy "atinadamente" "escogimos" el día del equinoccio de verano, que en Costa Rica gracias a que nuestro hermoso país está tan cerca del ecuador hace que los rayos solares caigan perpendicularmente a mediodía, además es el día más largo y caliente del año Y NOSOTROS PEDALEAMOS ESE DÍA!!!, para ser exactos en horas del mediodía estábamos pasando por Carara sin sombra y casi sin agua.
Pero no nos adelantemos, nuestro primer encuentro con el Monte del Aguacate también fue bien interesante.
La subida fue por demás tranquila en el sentido que íbamos de madrugada (habíamos salido a las 5 am de San José) así que en la mayoría del trayecto no llevábamos el pesado sol del equinoccio en nuestras espaldas, si extenuante, la falta de costumbre de llevar equipaje nos hizo parar a tomar aire, "no vuelvan a ver para arriba!" decía Iván de vez en cuando. Una vez que llegamos arriba descansar unos minutos, tomar agua y CAÍDA LIBRE!!!
La bajada del Aguacate fue toda una aventura, de ahí acuñamos la frase "bajamos borrosos" porque ahí se puede ver hasta abajo toda la carretera y saber si vienen carros, así que es cuestión de dejarse ir y uno sabe desde bastante distancia si viene algún carro en el carril contrario, los carros que iban bajando en realidad son nada más un estorbo, solo los rayábamos cuando era posible. Al llegar abajo otra de nuestras frases favoritas "tuvimos que esperar al ángel de la guarda que nos alcanzara" jajaja.
En Orotina comimos frutas para desayunar y recargamos agua (aunque después nos dimos cuenta que no era sificiente) y a pedalear en el ahora sí candente sol de la costa con rumbo a herradura.
Algunos eventos no están tan claros en mi memoria , especialmente porque para el mediodía y con el sol abrasador del pacífico sur íbamos pedaleando como zombies y por supuesto nos empezaron a sonar las tripas del hambre.
Paramos en uno de esos restaurantes a la orilla de la carretera creo que después de Tárcoles, no recuerdo el nombre desgraciadamente, porque luego nos dimos cuenta del horrible garrotazo que nos dieron en la nuca con precios para turistas gringos en nuestros bolsillos de estudiantes pobres.
Después de la comida no nos sentíamos muy satisfechos por el dolor de billetera.
Continuamos pedaleando, al pasar por una de esas partes donde la costanera se aleja un poco de la costa y hay alguna pequeña montaña que subir nos encontramos un hato de ganado cebú, casi todos toretes, cuando Sergio e Iván pasaron rápidamente , algo en las bicicletas les asustó y empezaron a hacer cabriolas y a brincar por todo lado, Master y yo continuamos pedaleando inmóviles esperando que ninguno se sintiera muy valiente como para cornear una bici ( que por fortuna no sucedió).
Con todo esto alrededor de las 3 de la tarde llegamos a Playa Herradura, en esa época desde la entrada de la carretera hasta la playa todavía era calle de lastre así que Iván y yo que íbamos en bicis de ruta, tuvimos que entrarle con cuidado para no pinchar.
Buscamos un lugar apropiado en la playa para montar el campamento y justo allí cuando paramos fue cuando hicimos conciencia de que estábamos aproximadamente a 130km de San José con únicamente nuestras bicis como transporte de regreso, puede sonar muy simple y la verdad algunos de nosotros ya habíamos pedaleado distancias similares en entrenamientos, pero esto era diferente. Cuando uno hacía un "fondo" de bici al final de la jornada uno estaba en su casa, donde comía se echaba un baño y se iba a dormir o a ver tele, acá no había casa, el baño era alquilado y no había tele, además para regresar había que pedalear toda la distancia de nuevo.
Después de varios viajes (en el segundo viaje incluso) eso ya no importa, se hace algo normal, pero esta era nuestra primera aventura de este tipo así que uno lo reflexiona por un rato.
Para muchos, que no nos conocen, les puede intrigar el título de este post "El Club de los Pipirinos", bueno a partir de acá vamos a empezar a explicar de que se trata.
Solo como antecedente, los Pipirinos eran unos personajes de un corto educativo del programa "Plaza Sésamo" la versión latina de "Sesame Street" que supongo que tenía como objetivo enseñar a los niños a restar, empezaba por 10 Pipirinos que al son de una rima iban teniendo una serie de accidentes e iban reduciendose en número hasta que solo quedó uno.
Al día siguiente nos dedicamos a las actividades de playa normales, nadar , hacer "pellejo surfing" (o sea surf sin ninguna tabla mas que el cuerpo de uno), comer y dormir, el día después íbamos a partir de regreso a San José.
En la tarde de ese día fue cuando los elementos la emprendieron en contra nuestra.
El oleaje por el clima tempestuoso se puso bastante fuerte , algo poco común en herradura, nosotros ... felices a fin de cuentas hacía el mar más divertido, pero una de esas grandes olas revolcó a Mauricio y le desmontó la rodilla.
Era una vieja lesión y algo que ya le había pasado pero el asunto era que había que montarle la rodilla de nuevo.
Ya había anochecido y llovía a cántaros, Master y yo usamos hamacas con toldo para dormir, Sergio,Mauricio e Iván usaron una pequeña tienda de campaña. Yo solo podía escuchar mientras Master y Sergio trataban de montar la rodilla de Mauricio.
A muchos les podrá parecer algo trágico pero en realidad debido al carácter de Mauricio era algo jocoso cuando uno lo que oía era "es que se me olvido el manual de armado en la choza". Bueno fue hasta la madrugada que lograron montarle otra vez la rodilla, Mauricio fue el primer Piririno en caer... y quedaban 4.
Muy de mañana y apenas saliendo el sol, empapados porque en realidad la lluvia fue tan copiosa que los toldos y tiendas no lograron refugiarnos mucho, nos dispusimos a tomar un desayuno para poder emprender el viaje de regreso a San José, Mauricio aunque todavía renqueaba como no andaba en bici podía tomar el bus, aunque si tenía que caminar todo el trayecto hasta la carretera que era donde paraba el bus, Master, Ivan, Sergio y yo tomamos las bicis y empezamos a pedalear. Uno de mis experimentos con maletines hechos en casa para viajes fracasó exitosamente y se desarmó en pedazos por el viaje y la lluvia, por fortuna una tía mía estaba veraneando en Herradura y pude mandar algunas cosas con ella que no me cabían en el maletín que restaba.
Para las personas que acostumbran viajar unicamente en carro el trayecto de Herradura a Orotina les puede parecer "todo plano", claro llevan el motor de un carro que los impulsa, cuando uno viaja en bici, las pendientes y montañas tienen otro punto de vista pues la fuerza para subir y moverse viene de nuestras propias piernas, en realidad el camino de Herradura a Orotina es lo que los ciclistas llaman un "columpio" ascendente, hay pequeñas subidas y bajadas y siempre se dirige uno hacia una zona más alta, cada pequeña subida requiere un extra de energía.
Aquí perdimos al siguiente Pipirino, a pesar de haber tenido la suerte de encontrar un puesto de agua de pipa en medio del desierto (en verdad el lugar era árido, sin sombra, en subida y nada en kilómetros a la redonda) cuando llegamos a Orotina Iván nos dijo que tiraba la toalla y que iba a cargar la bici en un bus y se iba de regreso por ese medio, eso fue más un asunto sicológico en realidad, en estos viajes eso pesa más que el cansancio físico y después de una noche sin dormir me imagino que la subida del Monte del Aguacate por su lado más empinado no es muy auspiciosa... ahora solo quedaban 3 Pipirinos.
Llegamos a la base del Aguacate y a empezar a subir "no vuelvan a ver para arriba" diría el finado Iván.
Llevábamos pocos minutos de empezar a subir cuando sentí el primer pinchonazo de mi bici. Ok... un pinchonazo, que pereza, pero bueno a parchar el neumático y a seguir pedaleando, era algo normal que estábamos habituados a hacer, excepto que minutos más tarde volvió a ocurrir!
Sería muy largo el relato si los detallo todos pero fueron en total 11 pinchonazos, cada vez uno de nosotros probaba su turno por si era que alguno había reparado mal la la llanta, al 10mo pinchonazo yo solté un grito de estress que hizo volar los pajaritos del monte, jajaja, ya estaba harto de pinchar.
Hay un punto en el aguacate donde la pendiente es especialmente empinada y al final de la cuesta hay un pueblito llamado Desmonte, ahí fue donde el último pinchonazo sucedió y ya sin parches para arreglar el neumático ( y harto de hacerlo) decidí llamar a mi casa para que me vinieran a recoger, mi padre que en paz descanse con infinita paciencia vino por mí y mi bici, la autopsia del artefacto nos reveló mas tarde que el mae del ciclo donde llevé a armar los aros había dejado algunos radios sobresaliendo dentro de la cinta y que pegaban directamente en el neumático.
Yo fui el 3 Pipirino en caer... solo quedaron 2.
Master y Sergio continuaron el camino ya bastante tarde por el atraso de los pinchonazos así que para cuando iban bajando a la Garita les había caído la noche.
Una vez mas hay que recordar que en estos viajes primerizos el equipo usado era algo menos que apropiado así que ninguno cargaba luz de halógeno o algo parecido, Master y Sergio solo llevaban un foco de baterías pequeño común. Eso en carretera que no tiene mercurios equivale a nada, solo sirve para que los carros que vienen de frente sepan que viene una bici por la pequeña luz, el ciclista se la tiene que jugar como un vikingo porque en realidad no se ve nada, y aquí es donde casi perdemos al último Pipirino, Sergio no logró ver el borde de la carretera y casi sigue derecho hacia el precipicio, afortunadamente este último no pasó, pero para efectos nuestros fue un Pipirino más ( o menos en realidad ).
El asunto es que Master y Sergio terminaron la accidentada travesía, nuestro primer experimento y el bautizo del Club de los Pipirinos que forjó amistades que han perdurado más de 20 años y que aún recordamos.
[Disfrute la segunda parte de El Club de los Pipirinos]
Wednesday, August 25, 2010
Frases Cliché Con Finales Inesperados
- Lo importante no es ganar , sino hacer el ridículo.
- Santísima Electricidad.
- Todos los hombres son iguales, por eso me gustan las mujeres.
Tuesday, August 10, 2010
La verdad transgresora
Un día de estos venía en el bus de escazú y en una de esas pantallitas que ponen ahora había un anuncio promoviendo la honestidad, tuanis! que se promueva la honestidad, solo que me llamó la atención la última frase del anuncio... "La Honestidad Mueve al Mundo".
Fueron como 2 milisegundos para que mi cerebro brincara con -"que gran falacia!"-.
Y lo es, pero bueno la idea es tratar de hacer que la honestidad se vea como algo efectivo y que de verdad ser honesto rinde frutos.
Analizando el asunto simplemente me puse a pensar que en realidad la honestidad no ha sido la que mueve al mundo, la verdad los deshonestos siempre son los que han mandado a fuerza de engaño o con el engaño de la fuerza, los hombres que han dirigido imperios , reinos , naciones, gobiernos , repúblicas y dictaduras; todos ellos sin duda han engañado para lograr su propósito.
Los emperadores y reyes que ayudados por algún tipo de clero le hacían creer al pueblo que ellos y solo ellos deberían gobernarlos por designio divino, escojan cualquier monarquía opresora o no-opresora y habrá alguna deidad promovida por alguna forma de sacerdote ayudando a usar el poder cohercitivo del miedo para perpetrar al gobernante a cambio de alguna clase de poder o riqueza (o ambos).
En tiempos más modernos no hay que ir muy lejos para recordar cómo los políticos se valen de promesas de campaña para ascender al poder y los antiguos dictadores que se arrojaban el derecho de decidir que como ellos se habían deshecho del tirano que los gobernaba y entonces ahora le tocaba a él.
Pero qué pasa cuando se miente para promover algo potencialmente bueno o beneficioso?
El decir que "la honestidad mueve al mundo" a pesar de ser una mentira es una forma de cumplir un propósito noble? no es acaso una doble moral?
Bueno, yo personalmente creo que si lo es, el dilema acá es que la verdad da al traste con el propósito del anuncio.
Tal vez la solución no está en la verdad ni la mentira sino en la sinceridad que, a fin de cuentas, es honestidad.
Tal vez lo de "la honestidad mueve al mundo" es un anhelo, algo que es deseable, el propósito ideal, en ese caso tal vez sería mejor decir que "la honestidad debería mover al mundo", porque a fin de cuentas si vamos a promover la honestidad , al menos deberíamos ser honestos.
Fueron como 2 milisegundos para que mi cerebro brincara con -"que gran falacia!"-.
Y lo es, pero bueno la idea es tratar de hacer que la honestidad se vea como algo efectivo y que de verdad ser honesto rinde frutos.
Analizando el asunto simplemente me puse a pensar que en realidad la honestidad no ha sido la que mueve al mundo, la verdad los deshonestos siempre son los que han mandado a fuerza de engaño o con el engaño de la fuerza, los hombres que han dirigido imperios , reinos , naciones, gobiernos , repúblicas y dictaduras; todos ellos sin duda han engañado para lograr su propósito.
Los emperadores y reyes que ayudados por algún tipo de clero le hacían creer al pueblo que ellos y solo ellos deberían gobernarlos por designio divino, escojan cualquier monarquía opresora o no-opresora y habrá alguna deidad promovida por alguna forma de sacerdote ayudando a usar el poder cohercitivo del miedo para perpetrar al gobernante a cambio de alguna clase de poder o riqueza (o ambos).
En tiempos más modernos no hay que ir muy lejos para recordar cómo los políticos se valen de promesas de campaña para ascender al poder y los antiguos dictadores que se arrojaban el derecho de decidir que como ellos se habían deshecho del tirano que los gobernaba y entonces ahora le tocaba a él.
Pero qué pasa cuando se miente para promover algo potencialmente bueno o beneficioso?
El decir que "la honestidad mueve al mundo" a pesar de ser una mentira es una forma de cumplir un propósito noble? no es acaso una doble moral?
Bueno, yo personalmente creo que si lo es, el dilema acá es que la verdad da al traste con el propósito del anuncio.
Tal vez la solución no está en la verdad ni la mentira sino en la sinceridad que, a fin de cuentas, es honestidad.
Tal vez lo de "la honestidad mueve al mundo" es un anhelo, algo que es deseable, el propósito ideal, en ese caso tal vez sería mejor decir que "la honestidad debería mover al mundo", porque a fin de cuentas si vamos a promover la honestidad , al menos deberíamos ser honestos.
Sunday, July 18, 2010
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