Thursday, September 16, 2010

El Club de los Pipirinos (Parte II)

Después de nuestro accidentado primer experimento de viajes a la playa en bicicleta, había llegado el momento de ponernos más osados, ir más lejos, quedarnos más tiempo, hacer más cosas. Luego del primer viaje Master había mencionado la idea de irnos a Playa Montezuma y aunque lo veíamos algo descabellado al principio en realidad nunca dijimos que no a la idea.
Ya le habíamos contado la historia de nuestro primer viaje a todos los del equipo de natación, así que cuando le mencionamos a Juan que pensábamos ir a Montezuma no lo dudó en unirse al grupo. Juan estaba pasando por un momento de irresponsabilidades (creo que igual que todos nosotros en realidad) así que se acopló perfectamente en el espíritu de aventura. A Fontana (Iván) lo perdimos... para este viaje no se apuntó.
En esta ocasión estábamos un poco mejor equipados en el departamento de bicicletas, ya todos teníamos bicis tipo mountain bike y mas o menos teníamos una idea de cómo llevar las cosas necesarias.
Y Juan? Resulta que Juan no tenía bici y había que conseguirle una, así que llegó a mi casa para que mi papá le armara una. Mi padre hizo lo que pudo ante la premura porque Juan quería llevarse la bici ese mismo día , así que cuando mi tata le preguntó si le quería poner frenos de poder atrás , el Juancho le dijo que no que así se iba, jaja Juan es un tipo sin complicaciones no se iba a esperar que le hicieran el trabajo de soldadura que requería el juego de frenos, así pues salió con su flamante bici con frenos de poder adelante solamente.
Master afortunadamente decidió no usar La Mosca en esta travesía, ya para ese momento tenía una mountain bike normal también.
Así que para este viaje estábamos Master, Sergio, Juan y yo prácticamente sin hacer ningún plan previo, solo sabíamos la ruta que íbamos a seguir, que nos íbamos a quedar en el terreno que Juan y sus hermanos tenían en Playa Cabuya en el que tenían planeado construir una casa de playa y que la distancia a recorrer era de 150 Kilómetros desde San José.
En esta ocasión teníamos un equipo de ruta, Juan había mandado a su novia y su hermana acompañadas de un par de amigos en "Carlitos", cargando su equipaje y tiendas. Carlitos era el GMC viejo que Juan y su hermano usaban mancomunadamente para sus asuntos, una enorme máquina de tragar gasolina.
Master , Sergio y yo cabezonamente por supuesto nos negamos a mandar todo nuestro equipaje en el carro "hay que llevarlo en la bici!!!" decíamos.
El plan era salir desde Heredia, de la casa de los papás de Master que muy amablemente aceptaron al cuarteto de locos con sus bicis que pernoctaran en su sala, era más práctico que salir de San José.
Master y yo salimos de Cartago en la noche para encontrarnos en San José con Sergio para seguir hasta Heredia, Juan llegaba a casa de los papás de Master en Carlitos.
A pesar que ahora estábamos un poco mejor equipados había un aspecto en el que todavía pasaría algo de tiempo antes que lo solventáramos, la iluminación.
Llevábamos unos foquitos de mano amarrados al manubrio de la bici, una luz tan tenue que incluso a oscuras apenas y se notaba, nos dimos cuenta de eso Master y yo en la pista de Cartago a San José porque en esa época todavía no contaba con la iluminación pública que tiene ahora, apenas y lográbamos que brillaran un poco los ojos de gato de la carretera cuando no venían carros, para colmo por ser diciembre la pista no estaba transitada (en esa época no existía Terramall) y se nos pusieron al corte unos perros en la parte más oscura.
Pasamos a casa de los Alvarez para encontrarnos con Sergio que ya estaba listo y después que sus papás bajaron a todos los santos salimos rumbo a Heredia.
Master escogió la ruta para salir de San José más pintoresca... por avenida 8, justo cuando íbamos pasando por los chinchorros de bares más weisos de todos se me cae la cocina de gas, tuve que devolverme a levantarla y yo hasta que sentía la puñalada cuando me fueran a robar la bici. Por dicha eso no pasó.
Subimos hasta Heredia a casa de la familia Espinoza Brenes donde fuimos bien recibidos (no nos conocían mucho). Más tarde llegó Juan que lo venían a dejar en carro y nos dimos cuenta de un detalle.
Con la experiencia del viaje anterior Master, Sergio y yo habíamos acumulado una serie de equipo básico para pedalear, cascos, herramientas, accesorios para llevar botellas de agua, etc. de repente miramos a Juan y nada!
Juan no llevaba nada! ni siquiera un casco protector, así que Master le prestó un casco de esos que se usaban en el tiempo de upa antes que se usaran los cascos duros que consistía en unas tiras de material acolchado que cubrían la cabeza a manera de gorrito. No protegía mucho en realidad, pero Juan se veía bastante ridículo así que valía el boleto.
No dormimos mucho la verdad, pura ansiedad , nos quedamos hablando paja hasta tarde la verdad ni me acuerdo si dormí o no el asunto es que ese día de diciembre de 1992, salimos a las 4am de Heredia rumbo a Playa Cabuya, nos quedaban 150 kilómetros por recorrer.
La pista pasó sin pena ni gloria, asfalto aburrido todavía sin luz de sol, solo nos dedicamos a pedalear y tratar de calentar en el frío de la madrugada alistando las piernas para cuando llegáramos a La Garita.
Después del cruce de Manolos el camino era más interesante, ya no era autopista y ya huele a leña quemada de fogón en algunos lugares, tuvimos que bajar con cuidado La Garita porque todavía estaba oscuro y la bajada y las curvas son muy pronunciadas.
Una vez que pasamos el puente de la represa de La Garita... a subir!!!
El toque era montar ritmo para subir tranquilos, no era una carrera y quedaba mucho camino, aproximadamente a un kilómetro de Atenas paramos para ver el amanecer mientras nos quitábamos las jackets que nos protegieron del frío de la madrugada, cambiar los lentes transparentes por los lentes de sol para protegerse de los rayos ultravioleta y tomar unos tragos de hidratante y seguimos pedaleando.
La ruta a seguir era por Caldera desde Orotina siguiendo la costanera hasta Puntarenas, tomar la lancha que desembarca en Paquera y de ahí a Montezuma/Cabuya.
Al salir de madrugada la idea era no tener que lidiar con el sol mientras subíamos el Monte del Aguacate, fue un éxito el sol apenas empezaba a salir cuando llegamos a Atenas de ahí son pocos kilómetros antes de llegar a la cima, eso si, la última cuesta es bastante empinada pero lo logramos, unos maes en bicis de ruta y sin equipaje nos rayaron antes de llegar a la cima... muy amablemente los dejamos pasar.
Nos agrupamos arriba y nos preparamos para bajar, una vez más... "borrosos", bajamos como una exhalación, el peso del equipaje le da un impulso extra a la bici en las bajadas, al cabo de un rato uno de los maes que nos rayó arriba estaba haciendo presa en el zanjón al lado del espaldón, pollo.
No pasó mucho tiempo para que llegáramos a San Mateo, nosotros no tuvimos "percances", y unas cuantas cuestas pequeñas más antes de llegar y luego seguir bajando a Orotina.
Llegamos al cruce de Orotina cuando apenas abrían los puestos de frutas faltaban pocos minutos para las 6am así que aprovechamos y paramos para desayunar.
Nos sentamos en una de las sodas del cruce y el señor que nos atendió muy amable, pedimos el pinto con huevo de rigor.
Orotina es la tierra de las frutas y cuando a uno le dicen -"les vamos a servir su desayuno con juguito de naranja natural"- a uno hasta que se le hace la boca agua de pensar en el sabor dulce de la naranja recién exprimida con todo y su pulpa, con eso ni siquiera molesta encontrarse una que otra semilla.
Pues bien nos traen el desayuno, que por su tamaño pensamos que era una broma y además el famosísimo juguito de naranja natural no era otra cosa que jugo tetra brik de Dos Pinos en un vasito plástico del más chiquitillo que puedan encontrar, yo calculo que todos nuestros "juguitos de naranja natural" salieron del mismo cartón de 500ml. De esta experiencia y de la del viaje anterior se desprende una nueva lección para los que hacen "touring" en bicicleta, no se metan a comer en lugares turísticos.
Como no habíamos quedado muy satisfechos con el desayunito, decidimos rellenar el vacío con fruta.
Acá si no hay reclamo, fruta de primera, sandía , papaya y melón, una delicia. Una vez que quedanos satisfechos cargamos agua, mucha agua, porque ya estaba empezando a picar el calor y teníamos que pedalear la costanera hacia Puntarenas.
Ustedes no tienen idea de lo árido que es ese camino, especialmente cuando conforme uno pedalea el sol va subiendo acercándose al mediodía, yo llevaba en total distribuido en las ánforas de la bicicleta casi 3 litros entre agua e hidratante, cuando pasamos por Caldera estaba completamente seco, apretamos el paso una vez que pasamos Barrancas, teníamos que llegar al muelle de la lancha antes que saliera la de las 11:30 porque sino tendríamos que esperar hasta las 3pm.
Llegamos apenas a las 11:30am después de haber emplatonado las bicis para apretar el paso mientras veíamos que la lancha se iba.
Afortunadamente debido a la gran cantidad de gente de la época, habían puesto otra lancha para las 12 mediodía, asi que tuvimos tiempo de ir a comprar los tiquetes y luego subir con calma a la lancha, lo mejor de todo es que como tienen que acomodar la carga, a nosotros nos dejaron colarnos de primeros con las bicis.
Tengo que mencionar un pasaje especial, viajamos en la vieja y famosa "Paquereña" la cual no se cuántos años llevaba ya haciendo cabotaje desde Puntarenas al puerto de Paquera, era un viejo barco de madera de unos 15 metros de eslora, madera cuya veta ya no se podía encontrar bajo las capas sucesivas de pintura brillante que había recibido con el paso de los años para tratar de vencer la corrosión del agua salada, en la popa (parte posterior) estaban las máquinas y la cabina de la tripulación que sobresalía en la parte superior, además de un baño y una pequeña soda con neveras de refrescos y chucherías de bolsita, galletas y otras cosas poco nutritivas para picar. Las cubiertas de arriba y abajo tenían filas de bancas de madera orientadas hacia lo largo del barco donde se acomodaba gente, en la cubierta inferior más gente, carga ,motos, bicis y animales si ese era el caso, un techo sobre toda el área de la cubierta protegía a los pasajeros del sol del pacífico mientras por sus costados dejaba pasar la brisa del mar.
La "Paquereña" cumplió el máximo de su vida útil y fue sustituida por otra lancha de dimensiones similares y fue hundida para crear un arrecife artificial, creo que fue en el 2004, pero me considero afortunado de poder contar que alguna vez viajamos en una pequeña parte de la historia del puerto y que en este momento está creando nueva vida en las profundidades del Golfo de Nicoya, un nuevo inicio para la vieja lancha.
El apacible viaje en la lancha duraba una hora, al salir y tomar velocidad contra la corriente grupos de gaviotas acompañaban a la lancha en sus costados, mas tarde nos dimos cuenta que la causa era que la gente les arrojaba pedazos de pan, picaritas , meneítos y otros venenos. Es un bonito viaje pero por el cansancio y la falta de sueño de la noche anterior después de un rato caí inconsciente, creo que fue después de pasar la isla de San Lucas.
Desperté poco antes de tocar puerto del lado de Paquera, es interesante ver la maniobra de amarre de la lancha, en esa época no estaba el desembarcadero moderno del ferry, solo una vieja terminal en un edificio de madera y como la lancha no podía amarrar en el muelle del ferry el atracadero no era mas que una saliente de concreto en la que ponían un tablón y ahí había que jugársela para bajar con la bici.
Esperamos a que los pasajeros se atropellaran para salir y salimos de últimos, la gente se aglomeraba hacia los buses que iban hacia Cóbano y Montezuma que siempre esperan la llegada de la lancha, nosotros como llevábamos nuestro medio de transporte no teníamos esas prisas, revisamos y re-acondicionamos la carga que se había desacomodado con el viaje y la carga-descarga de la lancha y empezamos a pedalear hacia el pueblo de Paquera que queda aproximadamente a kilómetro y medio del embarcadero siguiendo una calle que en esa época era toda de lastre y piedra suelta que hacía que nos patinaran las ruedas cuando subíamos la pequeña montaña que hay entre el embarcadero y el pueblo.
Lo primero que se nos hizo evidente fue el contraste entre lo urbano de Puntarenas y este nuevo paisaje, aún hoy con su calle de asfalto, se tiene la sensación de un lugar diferente.
Cuando llegamos a Paquera ya era pasado el mediodía así que buscamos un lugar para almorzar, encontramos un pequeño restaurante a la vuelta del salón comunal que afortunadamente no era turístico, comimos bien y barato.
Luego de comer pasamos a comprar botellas de agua para llenar las ánforas para el viaje y pasada la una de la tarde salimos de Paquera, el sol empezaba a bajar así que la temperatura era más gentil conforme avanzamos, para los que conocen esa ruta debo decirles que por esos años el asfalto solo existía solo en el pueblo de Paquera, a partir de ahí olvídese, todo era puro lastre y no necesariamente del lastre bonito.
Después del relato del primer viaje Juan me dijo que mis problemas de desperfectos de bicicleta eran endémicos por eso de andar jugando de mecánico, pues si tal vez tenía razón, antes de salir en este viaje mi difunto padre me sugirió que le cambiara la cadena a la bicicleta que esa estaba muy gastada y yo no le hice caso como hijo bueno... craso error, después de verse forzada en el viaje y con la acumulación de tierra del camino pronto empezó a rechinar como un tanque ruso y no faltó mucho para que la cadena se reventara.
Juan se asustó un poco porque pensó que ese era el fin del paseo, pero simplemente saqué mis herramientas y reparé la cadena, si fue algo incómodo por la carga de la bici pero no fue muy grave , lo que si perdimos fue tiempo y luz de sol.
Después de recordar la incomodidad que me deparó ser un hijo desobediente seguimos pedaleando hacia la primera gran cuesta del viaje de ida, en esa ruta hay alrededor de 3 grandes subidas que no son de gran importancia para los que viajan en carro, pero cuando uno viaja en bicicleta con el equipaje, cada grado de inclinación de la pendiente se siente hasta en las raíces del pelo, pero claro por cada subida hay una bajada y aquí es cuando entra en escena nuestro amigo Juan.
Como había dicho anteriormente el Juancho estaba pasando por un momento de irresponsabilidades, así que nadie se podía tomar este viaje más a la ligera. en esas bajadas de lastre suelto él solo rebotaba en su bicicleta cagado de la risa (su carcajada característica, esa risa en staccato reconocible a kilómetros de distancia) después de esa gran cuesta seguía un plano que pasa por playa Pochote y luego otra de las cuestas grandes antes de llegar a Tambor.
Acá nos pasó algo curioso, como ya se estaba poniendo el sol la visibilidad no era muy buena y hasta ahora habíamos transitado en lastre recién nivelado que si bien tiene alguno que otro hueco y algunas piedras, es bastante transitable, a esas horas ya con el sol en el poniente se veía como una franja blanca en frente de nosotros. Luego de la trabajosa subida de la cuesta antes de Tambor, venía la recompensa de la bajada, a la distancia y en la poca luz de día que quedaba nos llamó la atención que el lastre cambiaba de color más abajo, aún así y como de costumbre nos dejamos ir en caída libre.
A toda velocidad y casi llegando abajo de la cuesta nos dimos cuenta que el cambio de color obedecía también al cambio de tamaño de las piedras del lastre... pasamos de una suave polvareda a lágrimas como de 5 pulgadas de diámetro, algunos eran cantos rodados pero otras eran piedras de quebrador menos "redonditas" e igual de grandes. Era muy tarde para meter los frenos, a esa velocidad lo que íbamos a hacer era derrapar y caer aparatosamente, así que apretamos los dientes y arremetimos contra las piedras.
Ustedes no tienen idea lo que se siente venir a aprox. 60kph y entrar en una calle llena de piedras que como mínimo tenían el tamaño de una bola de baseball.
Pero claro, lo más gracioso fue ver pasar a Juan dando tumbos cagado de risa mientras gritaba -"Qué loco las mountain! por todo lado se meten! JAJAJA"- sin siquiera detenerse a pensar que su única protección era un casco del tiempo de upa hecho de tiritas de material acolchonado y al llegar a abajo, nada más escuchamos el característico sonido del neumático de la bici cuando revienta.
Solo nos volvimos a ver las caras polvorientas y soltamos la carcajada.
A esas alturas yo seguía teniendo problemas con la cadena de la bici, conforme se acumulaba la arena revuelta con aceite se hacía más difícil pedalear, así que mientras yo trataba de limpiar mi cadena Master le reparaba la llanta reventada a Juan, acá creo que fue donde se acuñó la frase que repetimos constantemente durante todo el paseo, "el irresponsable de Juan!". Claro "el irresponsable de Juan" no traía absolutamente nada de herramienta o repuesto para la llanta o parches supongo que estaba confiado que nosotros estábamos excesiva y obsesiva mente equipados en ese aspecto, mientras estábamos en esa labor mecánica el sol se ponía y la luz del atardecer con el sol en el ocaso se veía sobre las montañas de la entrada a Tambor.
Luego de las reparaciones de rigor continuamos, en esa época ésta era la peor parte del camino que, no solo era de lastre sino que estaba cubierto de enormes piedras de río que seguramente trajeron para servir de base a la carretera, estos eran los tiempos de las bicis sin suspensión (si existían pero eran muy caras) así que había que aguantar la rudeza del camino con nuestros brazos y con el trasero. No tienen idea del dolor de trasero que nos llevábamos después de los casi 10 kilómetros desde la salida de la cuesta hasta la entrada del pueblo de Tambor. Mucha gente piensa que Tambor es el hotel, que en esos tiempos acababa de ser construido después de haber destruido un humedal para ese efecto, en Los Delfines apenas estaban moviendo tierras (destruyendo más humedales de paso), Tambor es el nombre de la playa y el pueblo que queda a unos 5 kilómetros después de pasar el hotel.
Al final de la Bahía Ballena que es donde se ubica Playa Tambor empezaba la última y más grande de las cuestas que íbamos a encontrar en el camino, "no vean para arriba" diría Fontana (perdimos a Fontana), era un monstruo de lastre de casi 45 grados de inclinación porque apenas estaba abierta la trocha, no había pasado por ahí el agrimensor o el ingeniero, era solo la montaña partida por donde los tractores pudieron meterse, fue todo un calvario subir esa cosa.
Lo grave del asunto además de la pendiente y la elevación era que el lastre estaba todo suelto así que por la carga de las bicis se nos levantaba la llanta delantera y patinaba la llanta trasera con suma facilidad, en realidad esta montaña si me disculpan el francés... nos sacó la mierda.
Cuando llegamos arriba paramos a tomar aire, agua y una barra de granola para tratar de reponer sin éxito lo que la montaña nos había robado.
Cuando empezamos a pedalear de nuevo ya el sol se había puesto aunque aún había algo de luz.
El camino desde la cima de Bahía Ballena hasta Cóbano era una serie de columpios bastante pronunciados aunque era el mejor lastre que encontramos en toda la ruta, bien niveladito con pocas piedras, toda una maravilla, aunque para este punto nos atacó algo que le ha pasado a todos los primerizos en esta ruta, el estrés de no haber llegado todavía.
Si bien es cierto que no veníamos a ritmo de competencia en esa parte apretamos un poco el paso, ya el ácido láctico me empezaba a cobrar factura, traía mucha carga.
Seguíamos pedaleando y después de cada curva le preguntábamos a Juan -"falta mucho?"- con nuestro estrés de "no hemos llegado todavía", es que déjeme que les explique el asunto del viaje a Cabuya en bici, la idea y el espíritu del viaje es dejar todo atrás, el trabajo, la casa, el estudio, el teléfono, las preocupaciones en fin el peso de la vida. El asunto es que a uno le ronque todo, el valeverguismo exacerbado y grandilocuente que nuestro amigo Juan exhibía sin reparos. Después de mucho preguntar cuánto faltaba incluso a un lugareño que haciendo honor a la costumbre del pacífico de decir "ahí nomás a un kilómetro" cuando en realidad fueron 13 (medido con cateye por si las dudas) llegamos al pueblo de Cóbano.
Fue muy gracioso pero en aquella época había una franja de asfalto de unos 500 metros atravesando la parte central del pueblo la cual disfrutamos con voces de "aaaah" debido a lo maltratado que traíamos el trasero después de la pasada por Tambor, en el mismo centro de Cóbano hay una encrucijada que no tiene rótulo alguno (o al menos en esas épocas no tenía) y solo teníamos la dudosa frase -"creo que era por acá"- proveniente de Juan para doblar a la izquierda y seguir pedaleando, según un rótulo de la carretera faltaban 11 kilómetros para llegar a Montezuma. Eso fue incentivo suficiente para apretar el paso una vez más, para ese momento ya era de noche y solo teníamos nuestros miserables foquitos de pilas para alumbrar el camino.
En ese camino hay una cosa curiosa, uno tiene que pasar por el cementerio de cóbano y de todas las veces que he pasado por ahí de noche , siempre hay un pequeño manto de neblina en el lado del cementerio y el aire está algo frío, en serio no miento.
Había poca iluminación artificial de camino y la luna apenas empezaba el creciente, no veíamos mucho pero teníamos muchas ganas de llegar.
Llegamos a una pequeña loma y Master y Juan nos dijeron que nos preparáramos para bajar, no se veía nada y Sergio y yo nunca habíamos estado allí, no nos imaginamos la clase de CAÍDA LIBRE que era entrar a Montezuma, una bajada tan empinada y de puro lastre que hacía los frenos de poder de las bicis casi ineficaces, conforme bajábamos casi a ciegas se nos entumían las manos y los antebrazos por venir pegados de los frenos, cuando ya la pendiente estuvo menos elevada y había más iluminación soltamos los frenos con más confianza, además... habíamos llegado a Montezuma!!!
Entramos como una exhalación cubiertos por completo de polvo con nuestras bicis cargadas y seguimos hasta el frente del hotel, donde uno detrás del otro frenamos derrapando la llanta trasera, el último fue Juan y justo en el momento que la bici se detuvo por completo BAM! suena el estallido de la llanta trasera por todo el pueblo! JAJAJA no pudimos hacer más que morirnos de la risa con todo el resto de la gente que andaba por ahí.
Como estábamos enfrente de la pizzería era de rigor una pizza y una birra para celebrar nuestra travesía, un viaje muy especial para nosotros, no ha sido el más largo ni el más rápido, simplemente uno de los más divertidos y especiales que he tenido la suerte de compartir con mis grandes amigos, amigos de siempre... mis amigos del Club de los Pipirinos.

La historia no termina acá, este solo fue el viaje de ida, quedan todavía más memorias y más momentos que serán tema de:
El Club de los Pipirinos (Parte III)

3 comments:

  1. Pirus, soy el bufón de la travesía...que honor..!!

    Que buen relato, estoy conmovido y en shock... Será que ese fue mi ultimo gran raid ciclístico?...snif, creo que sí.

    Vamos a buscar fotos para que ilustren la travesía...Como me divertí..!!

    Saludos Pipirinos..!!

    Imbatibles Pirus, imbatibles..!!

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  2. Jajaja, buenos relatos, y evidentemente todavia mejores estuvieron los paseos!

    Esos tiempos de irresponsabilidad (epoca oscura, le llamo yo) se gozan demasiado. Pobres almas las que nunca se dieron el chance de vivir en desenfreno!

    Saludos Piru!

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  3. piru, es increible como se me han ido de la mente muchos de los detalles, que ahora al leerlos los puedo recordar, gracias.

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